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Una pausa

Mi gratitud para quienes en este cuarto de siglo han recibido, leído y compartido las diferentes entradas de este diario en público

Una pausa

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VICENTE ALFONSO

A partir del próximo número de Siglo Nuevo, esta columna entrará en pausa tras veinticinco años de colaboraciones. Fue alrededor de 1999 cuando comencé a escribir en este diario. Sonia Maeda y Valeria Cabral, periodistas creativas y entrañables, comandaban un equipo que tenía como objetivo lanzar una nueva revista y estaban en busca de articulistas jóvenes. Tras cruzar un par de correos, ellas me presentaron con la señora Olga de Juambelz, quien presidía el Consejo de Administración del periódico. Fue ella quien me invitó a colaborar con una entrega en cada número de la revista. Más tarde, gracias a Enrique Irazoqui, ingresé al equipo de redacción de El Siglo de Torreón como reportero y editor, pero nunca solté mis colaboraciones.

En el cuarto de siglo que ha transcurrido desde entonces me mudé a vivir a la Ciudad de México, escribí cuatro novelas, dos volúmenes de cuento, un libro de crónicas y dos de ensayo; además cursé una maestría. Eso sí, sin desconectarme nunca de Torreón. En ese lapso me casé, nació mi hija, sin dejar de picar piedra en el difícil oficio de narrador. He tenido la fortuna de que mis novelas hayan sido premiadas, que se traduzcan a varias lenguas y se publiquen en otras latitudes. Y esta columna me ha acompañado siempre como una bitácora de viaje. Son muchas las anécdotas que podrían contarse en torno a la responsabilidad de alimentar este espacio periodístico durante dos décadas y media: lo mismo me ha tocado enviar artículos desde San Petersburgo, en un aeropuerto desquiciado por una tormenta de nieve, que desde una Barcelona sacudida por protestas civiles. He encontrado temas en la Sierra de Guerrero, en Nueva York, en Tijuana, en Buenos Aires y, por supuesto, en nuestra querida Comarca Lagunera. Incluso durante una estancia en las Islas Marías, donde fui invitado a coordinar un taller de crónica, me las arreglé para hacer llegar mi colaboración a pesar de que no había internet. En estos veinticinco años mi trabajo periodístico ha sido reconocido con el Premio Ciudades de Paz (auspiciado por la UNESCO, la UCCI y el Ayuntamiento de Madrid), el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria y dos veces el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila (ambas por contenidos publicados aquí).

En veinticinco años son muchas las lecturas que he tenido el privilegio de compartir aquí: he reseñado libros de Gabriel García Márquez, Mónica Lavín, Chester Himes, Juan Villoro, Enriqueta Ochoa, Mark Twain, Saúl Rosales, Maya Angelou, Carlos Montemayor, Toni Morrison… la lista es tan variada que cualquier intento de resumen sería burdo.

En todos estos años sólo había hecho un receso de poco más de dos años cuando nació mi hija. Porque criar a los hijos es la mejor forma de aprender que las pausas son parte de la vida. Decían las abuelitas que los niños crecen mientras duermen. Al parecer, la ciencia les da la razón: cuando suspendemos todo para dormir, el cuerpo produce ciertas hormonas clave para el desarrollo del organismo. Esas pausas nocturnas se convierten en un ritual de crecimiento, un descenso al inconsciente, un acto de fe en que todo seguirá bien al despertar. En casa, esa fe se condensa en dos palabras que mi hija, mi esposa y yo pronunciamos cada noche: hasta mañana.

Hoy me toca a mí hacer una pausa. Antes agradezco a los directivos y editores de esta casa editorial por el espacio siempre cálido para publicar en estas páginas. Mi gratitud también para quienes en este cuarto de siglo han leído y compartido las diferentes entradas de eso que mi maestro, Federico Campbell, llamaba “diario en público”. Gracias a ustedes, los lectores, la columna fue tomando el tono de una conversación. Cómo olvidar, por ejemplo, que por la reseña que hice en 2013 de Tic Tac, el último disco de estudio de Los Enanitos Verdes, recibí un cálido mensaje de Marciano Cantero, frontman de la banda y mi héroe desde que era yo un niño. No todo fue miel sobre hojuelas: por otras columnas recibí críticas, insultos y una que otra amenaza. No me queda más que celebrar, yo mismo, ese acto de fe en que todo estará bien y que pronto volveremos a encontrarnos al final de estas palabras: hasta mañana.

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