Hay un trabajo que nunca para. Se hace de día y de noche, sin salario, sin contrato y sin derechos. Lo hacen, sobre todo, mujeres. Durante décadas, el cuidado fue invisible para la política. Se asumió como amor, como deber, como destino. Como si no costara. Como si no importara. Pero sin cuidados no hay país que funcione. No hay democracia que se sostenga.
En 2023, la Suprema Corte reconoció el derecho al cuidado como un derecho humano autónomo. Al resolver el Amparo Directo 6/2023 la primera sala de la Suprema Corte afirmó que todas las personas tienen derecho a cuidar, a ser cuidadas y al autocuidado. La sentencia dejó algo claro: si el cuidado es esencial para la vida, entonces debe garantizarse que ese trabajo no recaiga siempre en las mismas; que no se pague con el tiempo, el cuerpo, con la salud física y mental ni con los sueños de las mujeres.
Porque en México, millones de mujeres no solo tienen trabajos remunerados: también cuidan, cocinan, limpian, acompañan, resuelven. Lo hacen sin tregua. Según datos del IMCO, mientras que en promedio los hombres dedican 16 horas al trabajo del hogar y de cuidados no remunerado a la semana, las mujeres dedican 40 horas. Además, 17.2 millones de mujeres se dedican exclusivamente a las tareas del hogar, y muchas ni siquiera tienen una hora al día para sí mismas. Sin tiempo propio, no hay autonomía. Sin servicios públicos que redistribuyan los cuidados no hay verdadera igualdad.
Un Sistema Nacional de Cuidados no es solo una respuesta a esa injusticia: es una oportunidad de transformación social. Reduce las brechas de género, mejora la salud mental y física de quienes cuidan, impulsa el desarrollo infantil, permite que las personas mayores vivan con dignidad y genera empleo formal en un sector históricamente desprotegido. Además, activa la economía: cuando existen espacios seguros donde se cuide de manera adecuada a las infancias, las mujeres pueden trabajar, estudiar, involucrarse en la vida política y descansar. El cuidado no solo sostiene la vida, también promueve el desarrollo y la vida democrática.
Por eso importa tanto que la presidenta de la República haya anunciado en su discurso de toma de posesión que la creación de este sistema será prioridad de su gobierno. No como un apéndice del DIF o una política de género aislada, sino como infraestructura de justicia. Porque cuidar también es gobernar.
Chile ya lo ha empezado a hacer. Su proyecto de ley, presentado en 2023, reconoce el cuidado como un eje de la seguridad social, basado en corresponsabilidad y justicia de género. No partieron de cero: dialogaron con personas cuidadoras, con gobiernos locales, con diagnósticos feministas. México puede aprender de esa ruta y mejorarla.
Contamos con lo esencial: diagnósticos sólidos, experiencia técnica, jurisprudencia como la del Amparo Directo 6/2023 que reconoce el derecho al cuidado, redes locales que ya funcionan y, sobre todo, una lucha feminista persistente que ha sostenido esta demanda incluso cuando nadie escuchaba. Lo que falta puede y debe construirse: voluntad política, presupuesto y un compromiso colectivo entre la sociedad, el estado, las familias y las empresas para que lo que sostiene la vida, al fin, ocupe el lugar central que merece.
Y hoy, a propósito del Día de las Madres que acaba de pasar, vale la pena recordarlo: flores y frases no bastan. El mejor regalo para las madres -para todas las que cuidan, han cuidado o cuidarán- es un Estado que asuma su parte. Un país que cuide. Un país que no se sostenga en su sacrificio.
Porque un país que cuida es un país más justo. Y un país más justo, empieza por liberar el tiempo de las mujeres.