Normalizar una serie de eventos es restarles su carácter de excepcionales, alarmantes o dañinos haciéndolos parecer como aceptables o inevitables. Esto representa una forma de adaptación disfuncional que lejos de resolver el problema, lo perpetúa y profundiza y con ello debilita la capacidad crítica y transformadora de las personas o instituciones.
Desde que llegó la cuatroté al poder se han normalizado hechos como si fueran algo común, cotidiano o admisible eliminando su percepción de gravedad. Este proceso ocurre en amplias regiones de México de manera consciente o inconsciente y está teniendo implicaciones profundas en el ámbito social, político, psicológico y cultural.
Una parte sustancial de la sociedad comienza a aceptar, tolerar o incluso justificar hechos, conductas o situaciones que deberían generar alarma, crítica o intervención, pero que con el tiempo se perciben como parte del paisaje habitual. Ello ocurre por repetición, desensibilización, justificación ideológica, apatía o presión social.
Millones de mexicanos viven en un entorno con altos niveles de criminalidad y se está llegando a pensar que escuchar detonaciones o sufrir extorsiones son "parte de la vida". Normalizar la violencia cotidiana, la corrupción sistemática -botón inmejorable en el rebaño moreno- y la discriminación estructural está desencadenando una reacción de otros eventos interrelacionados que a su vez provocan nuevos efectos.
La amplificación del impacto tiene un efecto multiplicador y una causalidad progresiva que sólo conlleva un potencial disruptivo que ya afecta otros sistemas dentro de la burbuja en el poder tanto en Palacio Nacional como en el Palacio del Antiguo Ayuntamiento. Comprender en su justa dimensión la lenta pero sistemática implosión en Morena es encender el foco estratégico para encarar el futuro cercano.
Los distractores como mecanismos que pretenden desplazar el foco público de temas relevantes hacia asuntos triviales, polémicos o emocionalmente cargados para reducir la presión sobre actores y/ o gobiernos, no evitará la rendición de cuentas y los inevitables cambios estructurales. Justo eso que no se controla desde los sótanos de Palenque frente al poder coercitivo enmarcado dentro de la asimetría de poder internacional. Esta es la realidad que enfrenta el gobierno mexicano a negociar desde la vulnerabilidad. La presión arrecia alrededor de la entrega de funcionarios de la hidra político criminal para engrosar éxitos del presidente estadunidense en momentos geopolíticos sumamente delicados.
La pirotecnia desplegada con el hallazgo de una refinería de huachicol en Veracruz derrumba otra vez la cascada de mentiras de un régimen que ha normalizado la impunidad, la corrupción y la colusión con la delincuencia organizada. Esta forma de violencia estructural erosiona la débil democracia mexicana y debilita profundamente el tejido social que comienza a dar señales de hartazgo y furia subyacente.
La joven administración no contará con salidas de emergencia ante el fenómeno de riesgo geopolítico que altera ya el equilibrio de poder y las condiciones de seguridad.
La clave no es sólo resistir la crisis en la reconfiguración de fuerzas, sino reorientar el enfoque hacia el interior donde está el verdadero enemigo erosionando la estructura, lenta pero más letalmente. Y al buen entendedor…