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Tierra baldía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Hace años, en vida Magda Briones usaba una expresión que llamaba la atención, decía que la Laguna era "tierra baldía". Algunos de quienes la escuchábamos guardábamos silencio porque creíamos que refería al carácter desértico del entorno en que vivíamos, hasta que un amigo cercano le preguntó sobre el significado: la respuesta fue que tomaba el término del poema de T.S. Eliot, un poeta y filósofo estadounidense-británico que en 1922 escribió un poema con ese nombre y en 1948 recibió el premio nobel de literatura.

El poema "La tierra baldía" reflejaba el sentimiento de una generación impactada por la Segunda Guerra mundial, marcado por la esterilidad intelectual y artística de esa época, que la maestra Briones destacaba después de ver a su generación y las subsiguientes imbuidas en un utilitarismo mercantil. Quizás su juicio era severo al grado que la autocrítica partía y la centraba en sí misma, pues sentía que a pesar de que había realizado una aportación en el ámbito de la cultura local, le parecía insuficiente para trascender. Honestidad no le faltaba, aun cuando esa aportación generacional sobresalía.

Sentir este "vacío" en la cultura local era muy exigente para una región con una vida reciente, prácticamente de un siglo si referimos a la fundación de las principales poblaciones que después se convierten en las ciudades que conforman la novena metrópoli del país, cuyo origen principal se encuentra en la migración estimulada por la fiebre del oro blanco iniciada a fines del siglo XIX, entre cuyos componentes principales no había artistas o científicos, sino comerciantes y agricultores, nacionales y extranjeros, con un interés predominante en la producción de algodón en plantaciones comerciales.

Ciertamente, esa pujanza y despliegue económico que acompañó a la conformación de uno de los emporios o enclaves más importantes del norte del país, permitió en la segunda parte del siglo XX, la creación de una importante infraestructura educativa que aporto, cuando menos en las últimas tres generaciones, una gama de profesionales que le han dado otra cara al perfil cultural de los laguneros, aunque siga siendo la preocupación central de estas el crecimiento económico y no el desarrollo de la región que, hay que reconocerlo, no ha logrado crear una identidad propia que le cohesione y conduzca a una prosperidad compartida. En eso tenía razón Magda Briones.

Esa visión crítica a la identidad pragmática y utilitaria que predominaba entre los laguneros, fue la razón que le condujo a crear la primera Casa de la Cultura de Torreón, sostenida por esfuerzo propio y de los instructores de diferentes disciplinas del arte que colaboraron en esta iniciativa pionera, que duró poco por el desinterés de las élites políticas en correspondencia al nivel cultural que estas tenían. Entonces la cultura no era un tema prioritario entre los tomadores de decisiones sobre la política y la economía de la región, eran los negocios, y en gran parte lo siguen siendo.

Sin menoscabo de los esfuerzos colectivos e individuales de quienes encuentran en el arte una vocación genuina, de la aportación de las universidades que proveen mano de obra calificada a las empresas y las instituciones públicas, de instituciones promotoras de la cultura, o de otros segmentos de la población, la realidad es que esta región, salvo algunas excepciones destacadas, sigue encuadrando a los laguneros en la expresión de Magda Briones, quien termino convirtiéndose en la última exponente de una generación que, junto con otros pocos más, dedicaron su esfuerzo y talento a propósitos genuinos como fomentar la cultura, sobre todo el arte como una de sus expresiones, y convirtiendo su voz en una denuncia pública sobre la deficiente gestión que se realizaba en temas como el ambiente, sobre todo el agua, y los impactos dañinos que provocada en la población y la propia naturaleza.

Fueron liderazgos ciudadanos solitarios, pero genuinos y congruentes, que en tierra baldía contribuían a marcar la diferencia con su cohorte generacional, alienado en torno a la búsqueda de un crecimiento económico donde lo importante es garantizar tasas de ganancia económica, en no pocos casos, a cualquier costo, como ha sido con la extracción sin control de agua del subsuelo, que terminó sobreexplotando y contaminando, en perjuicio de miles de laguneros.

Quizás su esfuerzo no trascendió en cambiar la toma de decisiones políticas y económicas que han convertido a La Laguna de una de las principales zonas más contaminadas del país, o de agregarla en la lista roja de las 60 Regiones de Emergencia Sanitaria y Ambiental, situación que ya empieza a preocupar a generaciones de jóvenes que inexorablemente tomarán conciencia y construirán la identidad propia que nuestra generación no ha logrado.

Probablemente esa identidad se construya con nuevos valores como recuperar ríos y acuíferos que garanticen el agua a sus habitantes en condiciones seguras y menos desiguales que las actualmente existentes. Volver a ver el río cotidianamente fluir por el actual cauce seco o tener la seguridad de contar con reservas de agua en el subsuelo, puede ser un logro que cambie la percepción de quienes habitamos en esta región, además de otros beneficios que otorgaría, contribuiría a cambiar la idea de que se vive en tierra baldía.

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