
Tiempo: el verdadero lujo silencioso
¿Recuerda usted al conejo de Alicia en el país de la maravillas? Esa novela de fantasía escrita por el matemático y escritor británico Lewis Carroll en 1865, una de las más populares para hacer dormir a los niños. En esta novela, el simpático conejo vestido de traje, que corre con un reloj de bolsillo en la mano y en algunas adaptaciones trae ojeras, mientras que en otras es ironizado como un ser malvado, no alcanza a tomar té aunque está presente y dialoga; jamás intima con nadie, pero sí tiene espacio para hacer otros papeles secundarios en el sueño profundo de Alicia. ¿Qué persigue el conejo?
White Rabbit es parecido a varios personajes en estos tiempos en los que ya no se usa reloj de bolsillo, sino teléfono celular o algún reloj digital que cuenta las pulsaciones, los latidos del corazón y calorías por segundo. ¿Qué es lo que actualmente se considera un lujo?
Una piel hidratada, músculos marcados, leer tres libros hasta que los ojos digan no puedo más, un cuerpo saludable, tomar coñac y emprender debates filosóficos, viajar por un mes a cualquier sitio del mundo, sentarse a admirar las estrellas y sus constelaciones, ver el atardecer un miércoles, jugar un partido de basquetbol con los hijos o tener abundante agua, parecen actividades simples, pero hoy ya no lo son; se requieren horas.
Hoy el tiempo es un lujo en silencio. Ya no se trata, como se pensaba con anterioridad, de comprar “marcas”, vivir la experiencia de ir a un restaurante con estrellas Michelin, asistir a un concierto, comprar los tenis que valen diez veces más que su elaboración, traer ropa de marca en el pecho, pantallas gigantes de televisión, ni mucho menos tener el celular de última generación.
Hoy todo es posible: acceder a una tarjeta de crédito o bien ahorrar, entrar en Amazon, buscar un Airbnb, llegar a una tienda departamental y decir: “quiero ese celular, esa pantalla” pensando en dos escenarios, una persona sin temor a las deudas o bien alguien bien organizado, cualquiera lo puede. Sin embargo, en ambos casos, todo es a costa de un punto: el tiempo.
Todos persiguen algo, tienen un deseo, ansían un viaje, un concierto, una remodelación de casa, y corren hasta alcanzarlo. No importa cuánto se tenga que trabajar, invertir o sacrificar, se ha entendido el concepto de que “el tener” o “acumular” es el objetivo final, el éxito. Pero lamento ponerlo a discusión, hoy ya no es así.
Adam Smith, conocido como el padre de la economía, empezó a medir el valor de una mercancía a lo largo de las horashombre dedicadas a su elaboración. Después, el economista David Ricardo profundizó el debate sobre el valor y la riqueza. Más tarde, Karl Marx revolucionó el concepto filosófico y social al plantear temas como la explotación de trabajador, desarrollando el concepto de valor de uso y valor de cambio. Todos esos planteamientos están basados en las horas-hombre dedicadas a la elaboración de una mercancía.
La tecnología, la innovación y el nuevo pensamiento generacional replantean “un conejo” que se detiene y piensa. ¿Cuánto tiempo libre tengo para hacer lo cotidiano sin que esto represente pasivos financieros? O bien, ¿cuánto del salario que gano estoy destinando para comprar el reloj?
La disyuntiva está ahí. Los llamados nómadas digitales y creadores de contenido ejemplifican que la riqueza no se genera con 15 horas de trabajo diarias, pero ¿quién puede darse el lujo de ser nómada digital? Esto pone en jaque el concepto de riqueza. Y a replantear el tema de la desigualdad social, la cual hoy está más ligada al acceso a la tecnología y sobre todo al uso y desarrollo de inteligencia artificial.
Y usted, ¿por qué corre?
OTRA ARISTA
—¿Pero tú me amas?—preguntó Alicia.
—¡No, no te amo!—, respondió el Conejo Blanco. Alicia arrugó la frente y comenzó a frotarse las manos, como hacía siempre cuando se sentía herida.
—¿Lo ves?—, dijo el Conejo Blanco—, no siempre te amarán, Alicia, habrá días en los cuales estarán cansados, enojados con la vida, con la cabeza en las nubes y te lastimarán. Porque la gente es así, siempre acaba pisoteando los sentimientos de los demás, a veces por descuido, incomprensiones o conflictos con sí mismos. Y si no te amas al menos un poco, si no creas una coraza de amor propio y felicidad alrededor de tu corazón, los débiles dardos de la gente se harán letales y te destruirán. La primera vez que te vi, hice un pacto conmigo mismo: ¡Evitaré amarte hasta que no hayas aprendido a amarte a ti misma!
(Un diálogo imaginario entre el Conejo Blanco y Alicia).