México es un país más bárbaro y más autoritario de lo que era al finalizar el año 2000. Fracasó el pluralismo democrático.
Ha transcurrido ya el primer cuarto del siglo y México es un país más bárbaro y más autoritario de lo que era al finalizar el año 2000. México iniciaba el siglo envuelto en el optimismo. Un país razonablemente tranquilo que apostaba por Norteamérica como horizonte económico al tiempo que construía las instituciones y las prácticas del pluralismo. México dejaba en esos años de ser el país del Presidente. Dejaba de ser también la almeja nacionalista y se abría al mundo con seguridad. El Congreso y los jueces asumían sus responsabilidades constitucionales. Vivíamos el tiempo de menor violencia de la historia. En un pestañeo, el país se ha convertido en tierra de desaparecidos y se ha construido un régimen intimidatorio que concentra todos los poderes. A veinticinco años de la alternancia, la hegemonía autoritaria se ha restablecido, hay amplias zonas del país sustraídas del imperio del Estado, la plataforma norteamericana se resquebraja.
Fracasó el pluralismo democrático. No dio los resultados que ofreció y fue incapaz de resistir el embate de un hábil caudillo autoritario. Seis años bastaron para dar por concluido el episodio pluralista. La revista Nexos dedica su número de mayo a recorrer la nutridísima historia de nuestras oportunidades perdidas. Como puede verse en las páginas de la revista, México ha tenido el talento de convertir cada ocasión auspiciosa en un engaño o en una desgracia. Nuestra constancia es notable: cada vía de progreso ha terminado en un fracaso descomunal.
Un libro reciente ofrece dos pistas valiosas para entender la derrota. Me refiero ¿Quién manda aquí? La impotencia ante la espiral de la violencia en México y América Latina, de Javier Moreno, quien fuera director del diario El País. El subtítulo advierte la primera clave: el Estado mexicano ha sido impotente frente a la violencia creciente y extremadamente débil frente al Ejército. La desgracia del primer cuarto de siglo se origina en la debilidad institucional de un país que no se tomó en serio las exigencias de la legalidad. Lo que el país invirtió en recursos profesionales, técnicos, presupuestales en cambiar la naturaleza del régimen político para garantizar elecciones auténticas y controles efectivos del poder, lo escatimó para construir fiscalías, agencias de seguridad y tribunales. Mientras se apostaba a la modernización democrática del régimen, se mantenía la estructura de justicia en el abandono. Se trataba, por supuesto, de una negligencia interesada. Mantener los ventajosos márgenes de discrecionalidad en los usos de la ley. El régimen se democratizaba, pero el Estado se debilitaba. El pluralismo se asentaba en las asambleas, las alternancias se volvían habituales mientras los mecanismos de justicia se rezagaban y los aparatos de seguridad eran capturados por el crimen.
Nuestra historia política reciente es, en efecto, una historia de impotencias. Decía un legendario político italiano que "el poder desgasta. a quien no lo tiene". El capítulo democrático se caracterizó por ausencia de poder, por la debilidad del poder político frente al crimen primero y frente a los soldados después. El fracaso del experimento se explica, en alguna medida, por esa nulidad del poder político, por su incapacidad para imponer el monopolio que deriva de su legitimidad. La debilidad del Estado no solamente quedó de manifiesto frente al poder brutal de los delincuentes, sino también frente a los grupos de presión.
La otra clave que aporta el libro de Javier Moreno para entender el arranque de nuestro siglo XXI fue la desgracia de los líderes de la transición. El volumen tiene como eje conversaciones con varios presidentes de América Latina. El diálogo con los presidentes panistas es el centro de su retrato de México. Volver a escuchar a los hombres que gobernaron a México entre 2000 y 2012 es confirmar las razones de la catástrofe. Un bufón frívolo, ignorante y desinteresado en el ejercicio del poder real. Un cruzado obsesivo, inseguro y arrebatado que lanzó a México a una guerra de la que no hemos podido salir. En ninguno, el asomo de la responsabilidad; en ninguno un impulso mínimamente reflexivo.
Ahora que es tiempo de autopsias, vale identificar el sin poder de los "poderosos" y la enorme responsabilidad de los liderazgos en momentos críticos.