La sierra de las Noas protege a Torreón. Imponente, gris, rocosa, enorme. Cuando llueve, se torna asombrosamente verde. Desde tiempos prehistóricos se conformó, cuando todavía no estábamos aquí. En cambio, había un mar. El intenso oleaje quedó fijo como una escultura de millones de años. Desde Nazareno podemos ver aquellas huellas. Para muestra marina, quedaron petrificados corales, algas y caprínidos. La sierra es una muralla que delimita el espacio urbano. Como diciendo a la ciudad, hasta aquí construyes, aquí te quedas. No obstante, cada día nos ofrece generosa su cobijo. Los cerros no son muy altos, unos 1400 metros fácilmente escalables, pero desde ahí, están presentes todos los días.
Elena Poniatowska se refirió a Torreón como "la ciudad de las montañas de mármol".
En el trajín cotidiano, damos por sentado que la sierra ahí está: grande, fuerte, inamovible. ¿Pero es así? Al menos desde el siglo XVIII se le conoce como "Sierra de las Noas", en referencia al agave que coronó los "cerros secos y pelones". La agavácea es una belleza, pero también tiene bordes afilados y duras puntas. Su forma semeja una corona. Por lo mismo, el botánico inglés Thomas Moore la registró en 1875 como "Agave victoriae-reginae", en honor a la reina Victoria.
En 1624 Don Alonso de la Mota y Escobar mencionó en su extensa crónica que los grupos indígenas usaron las noas para hacer mezcal. La presencia de las noas, dio pie al nombre de la sierra. El cartógrafo lagunero, Melchor Núñez de Esquivel, elaboró con notable precisión el mapa de la región lagunera en 1787. Ahí anotó el nombre como "Sierra de las Noas".
Paradójicamente, en la sierra ya no hay noas. Fueron víctimas de la sobreexplotación a principios del siglo XX. El ecocidio resultó ser una primera llamada de alerta que nadie escuchó. La segunda llamada vino en 1940 con la sobreexplotación del guayule, una planta que se extrajo de raíz para elaborar las llantas que surtieron a la industria automotriz. Actualmente, ni noas, ni guayule las encontramos en la sierra. Las he visto en Jimulco y en Viesca, pero no aquí. Lo que recuerda de manera preocupante que el medio ambiente es frágil. Necios e irrespetuosos, invadimos, rompemos los límites y construimos donde la naturaleza demanda tierra y árboles. Ahí donde había bosques de mezquites, ahora se yergue el cemento. La ciudad se transforma, pero en vez de adaptar, destruimos como si no hubiera un mañana. De unos años para acá, en la parte oriente de la ciudad, se explota la sierra de las Noas como banco de materiales para la construcción. Por supuesto, en detrimento del ambiente y el entorno. Cada día, máquinas, trascabos y explosiones desfiguran el paisaje para extraer calizas. Quizá creemos que no pasa nada, que la utilidad del cerro está bien para beneficio de la empresa. No obstante, el resultado ya lo sabemos. A la vista de todos se destruye una parte de la sierra sin que reparemos en las consecuencias para el entorno. A lo largo de varios siglos, generaciones de laguneros crecieron bajo el amparo de la sierra, que ahora es irreconocible.
Hace años, el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), declaró el paisaje rural como patrimonio y, por lo mismo, ponderó su valor ambiental. Conservar el entorno de la sierra de las Noas, también es una forma de preservar la identidad. Ojalá no lleguemos demasiado tarde.
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