Tras la elección del 18, los derrotados entregaron la plaza. Desaparecieron de la escena pública, salieron del país. Poquísimos defendieron las reformas que habían vendido como catapulta de la prosperidad. Mientras se iban desmontando, una a una, las instituciones que se habían levantado en los años anteriores, guardaron silencio. No especulo sobre los motivos de la retirada, pero me parece evidente que el haber dejado la mesa vacía contribuyó a la destrucción de los contrapesos. Una última soberbia marcó a la coalición desplazada: la idea de que el simple paso del tiempo les regresaría el poder.
La intervención de Ernesto Zedillo, aun siendo tardía, es valiosa. No entiendo por qué esperar a que la reforma judicial se insertara definitivamente en la constitución para levantar la voz. Su palabra, naturalmente polémica es importante porque fue durante su gobierno que se dieron pasos cruciales para la institucionalización de la pluralidad mexicana. Fue bajo su presidencia que el árbitro electoral consolidó su autonomía y que la Suprema Corte de Justicia, tras una reforma profunda, conquistó facultades que la convirtieron en un verdadero tribunal constitucional. Zedillo fue el primer presidente que hubo de vérselas con una legislatura opositora y finalmente, reconoció (si no es que impulsó) la derrota de su partido en el año 2000. Tiene razón Zedillo al percibir que el nuevo régimen entierra lo que él terminó de cultivar y que, en cierta medida, estrenó. Su artículo en Letras libres y su entrevista en Nexos son, más el testimonio de una derrota, que una pieza de batalla. No fueron publicadas cuando la suerte de la reforma estaba en el aire, sino cuando el cambio es ya definitivo: a unas semanas de la elección que consume la captura y el caos judicial. El nuevo poder judicial será, ciertamente, instrumento de la nueva autocracia. Pero será también asiento del desamparo y la corrupción, resguardo del crimen. Tendremos jueces a la venta, jueces sometidos, improvisados.
Zedillo defiende la democracia liberal que, con todos sus enormes defectos y grandísimos costos, se instauró en México a finales del siglo XX. Reconoce el expresidente que confiaba en que el sentido del futuro mexicano era inevitablemente democrático. Como tantos otros, pensó que la historia caminaba en un solo sentido y que no había reversa. Habría cambios, reformas, agregados a lo que se inauguraba entonces, pero estaba convencido de que el autoritarismo había quedado atrás. La centralización política, la militarización, la desaparición de los contrapesos y del sistema competitivo de partidos certifican que la democracia liberal ha muerto. A ello habría que agregar otra dimensión del nuevo autoritarismo. Lo ha puesto en evidencia la reacción del régimen a lo dicho por el expresidente. Si Zedillo acusó a la presidenta de acompañar el proyecto autoritario de López Obrador, si Zedillo denuncia la formación de un régimen no democrático en México, la presidenta confirma con su respuesta que encabeza un régimen autoritario y que sus reflejos lo son aún más.
Sheinbaum no discute con el crítico, lo intimida. Buena alumna del maestro del insulto. No se trata de presentarle a la gente las razones del gobierno, sino de montarse en la polémica con el crítico para amedrentar y distraer. Resulta muy conveniente hablar de lo que sucedió a finales del siglo pasado para no hablar del anunciado desastre judicial o de la ominosa reforma en telecomunicaciones. Día tras otro, la presidenta abre el micrófono de su teatro para golpear al expresidente que tuvo el atrevimiento de discrepar públicamente. Anuncia la apertura de investigaciones y da crédito a acusaciones ridículas. Utiliza al comisario de la inteligencia financiera para encabezar la persecución de un hombre que dejó el poder hace un cuarto de siglo. Emplea todos los instrumentos de la propaganda oficial, su tribuna desde el Palacio Nacional, los altavoces de los medios públicos que utiliza como matracas de partido para agredir al expresidente sin cuartel. Y en la cápsula orwelliana de sus conferencias mañaneras proclama, desde la sede del Poder Ejecutivo Federal, cuál es la Verdad.
Ernesto Zedillo denuncia la fundación de un régimen autoritario. Con su respuesta, Claudia Sheinbaum le ha dado la razón.