
Sed espiritual
Bill W., famoso cofundador de Alcohólicos Anónimos, cuenta que hace casi un siglo, el acaudalado estadounidense Rowland H. llevaba años lidiando con el alcoholismo y su situación se agravaba. Le recomendaron pedir ayuda a un psiquiatra suizo de fama mundial: Carl Gustav Jung. Estuvo meses en tratamiento y, en ese tiempo, no bebió una gota de alcohol. Sin embargo, cuando Roland H. regresó a Estados Unidos, volvió a beber. Tan pronto pudo, regresó con Jung. Este le dijo que requería una fuerte experiencia espiritual que le permitiera nacer de nuevo. Esa experiencia la encontró en los grupos Oxford, antecedente directo de Alcohólicos Anónimos.
Los dos hombres que más influyeron en mi vida fueron afectados por la misma enfermedad. El primero, mi padre, murió de cáncer a los 71 años, pero sin duda el padecimiento que más menguó sus días fue el alcoholismo. Era un ingeniero brillante y competente en su trabajo. Amaba la lectura y con tino fue conformando una biblioteca de millares de ejemplares sobre los temas más diversos. Ya jubilado, le dio por los crucigramas blancos y los resolvía mientras oía música clásica. De lunes a viernes, a media mañana, se reunía en un céntrico restaurante a tomar café con otros profesionistas jubilados y seguramente aquellas charlas eran estimulantes, porque regresaba con ganas de documentarse para la siguiente reunión.
La conversación con gente culta siempre le agradó, pero hubo una época anterior en que, en lugar de café, tomaba mucho licor con sus interlocutores y se volvió alcohólico. Al principio, su laboriosidad y su pulcritud mantuvieron su buena imagen por un tiempo, pero no se puede ocultar de manera permanente lo que de por sí es inocultable. Afortunadamente, al tocar fondo, tuvo la hombría de reconocer que era un enfermo que necesitaba ayuda y aceptó la que le ofrecía Alcohólicos Anónimos. Eso le salvó la vida y durante su década final jamás volvió a probar una gota de alcohol. Convencido de la nobleza del programa de AA, se esmeró en apadrinar a varios alcohólicos en proceso de recuperación. A él lo habían ayudado, así que también ayudó. Nobleza obliga. A sabiendas de que nació en enero, sus íntimos celebrábamos su cumpleaños en noviembre, porque un noviembre dejó de beber.
¿Cuándo tocó fondo? Es difícil precisarlo porque tuvo varios momentos infaustos. Creo que fue cuando sufrió un episodio de delirium tremens. Una noche trató de fotografiar, con sus caras cámaras alemanas, a unos diminutos seres luminosos que sólo él veía. Sentía que si no los retrataba ocurriría una desgracia; estaba desesperado.
Hay que aclarar que el delirium tremens no se presenta cuando el alcohólico está ebrio, sino cuando lleva algunos días sin beber. El ingeniero llevaba jornadas de abstinencia cuando su cerebro le jugó aquella mala pasada. Así aprendió que vencer el alcoholismo exigía más que su propia fuerza de voluntad. Lo demás ya lo conté.
El segundo personaje fue mi mejor amigo. Amante del lenguaje, hombre de enorme cultura y profesor de excepcional carisma al que muchas generaciones le están agradecidas por sus vitales enseñanzas. A sabiendas de que nació en enero, sus íntimos celebrábamos su cumpleaños en noviembre, porque un noviembre dejó de beber.
Sufrió también el delirium tremens. Una tarde contemplaba la calle desde la ventana de su habitación ubicada en un segundo piso. Repentinamente, en su delirio, vio que un torvo motociclista acuchillaba a una jovencita. Mi amigó le gritó para evitar el asesinato. Enardecido, el motociclista aseguró que mataría a toda su familia y trepó a un pinabete para alcanzar la ventana. Mi aterrado amigo no pudo evitar que el rufián allanara su morada y cumpliera su amenaza. El sufrimiento le hizo aborrecer el alcohol.
Años después tuvo recaídas, pero se recuperó y siempre que pudo compartió su historia para advertir las consecuencias de la intemperancia en el beber. Fue orgulloso miembro de Alcohólicos Anónimos y aseguraba que todos los alcohólicos que allí trató fueron personas inteligentes y sensibles con una genuina espiritualidad. Carl Gustav Jung le daría la razón. Él y mi padre aprendieron a saciar esa sed sin tomar bebidas etílicas. Sería bueno que todos aprendiéramos a hacerlo.