Siglo Nuevo Opinión Cine Nuestro Mundo

Cine

'Sangre', un filme espejo de lo cotidiano

Los protagonistas están alejadísimos de los clichés; son realistas si se trata de poner a cuadro a los personajes.

'Sangre', un filme espejo de lo cotidiano

'Sangre', un filme espejo de lo cotidiano

ALEJANDRO FIGUEROA MORENO

Tan singular como contemplativa, la película Sangre, con guion y dirección de Amat Escalante, se estrenó en México en 2006 como un retrato de lo cotidiano. Esta presenta a una pareja en su mediana edad: Diego (Cirilo Recio Dávila) y Blanca (Laura Saldaña), dupla trabajadora (dentro de lo que cabe), estándar, algo fodonga, harto crédula y sin atisbo de ambiciones. Pero eso sí, con la libido por los cielos y amantes del huevo estrellado nadando en aceite de cártamo y frijolitos de lata para el desayuno, de esos que saben horrible; también con mucha fe en los “nutrientes” del jugo de naranja comercial en envase tetrabrik. 

Tristes y fácilmente impresionables por la comida chatarra de empaques vistosos, de esos antojos cuyas sucursales —que se cuentan por chorrocientas en la ciudad— entregan en bolsas de papel y cuyo sonido, al disponerse a comer, reconforta el alma. Pero a ellos no les pasa por la mente que están jodiendo su salud con esa forma de alimentarse. 

Por la tarde, en su lugar de trabajo como portero de un edificio público, Diego se echa su lonche acompañado de una gaseosa en lata. Y en la noche más abona a la ingesta de pan con otro lonche, para variar, de jamón. 

Blanca se gana la vida en un establecimiento de comida estilo japonés, elaborando sushi y limpiando mesas. A veces llega a casa más temprano que Diego y aprovecha para darse una manita de gato y que este la encuentre sexy. 

Ambos tienen una vida sedentaria, donde las jornadas laborales no dejan mayor tiempo que para tirarse en un sillón por largos ratos, mismos que se convierten en horas de ver televisión mientras se zampan unas frituras. 

Los protagonistas están alejadísimos de los clichés; son realistas si se trata de poner a cuadro a los personajes. Su pinta es más o menos promedio. Sobre todo él. Nada de gallardías exageradas como los galanes de moda. Aquí hay precariedad de músculos, calvicie y estrabismo. En su forma de ser podría decirse que Diego es buena persona, un hombre de bien, sentimental y querendón. Blanca, de cuerpo normalón, no es ni fea ni guapísima. 

INCOMODAR AL ESPECTADOR 

Dinámicas de vida, nada del otro mundo, con sus desazones y crudezas, acompañadas de pequeñas alegrías. Una existencia que gira en torno a ganarse la chuleta, a comer, dormir y a sólo pasar el rato. Sin cabida a tramas fantasiosas o jaladas de los pelos, así es el cine de Amat Escalante, donde se pone de manifiesto su gusto por incomodar a propósito al espectador y hacerlo reflexionar. Ya de por sí de entrada, con el título Sangre, donde algún despistado se decepcionaría y seguramente diría que a lo largo de la cinta “no pasa nada”. 

Pero por el contrario, pasa todo… o debe pasar, pero por la mente del cinéfilo, así como del director. Quienes encabezan el elenco de un filme no tienen por qué ser siempre unos súper modelos con cuerpazo. Todos tienen derecho a ser fogosos. Las lonjas, las patas de gallo o la flacidez, no son obstáculo. ¿Por qué habrían de serlo? A los ojos de su “peor es nada”, bien se puede ser un príncipe o una princesa sin tantos atributos físicos y eso tampoco impide que aflore lo que tenga que aflorar. ¿Ser un cuero? No, mejor dejárselo a las películas comerciales. 

Hablando de lo comercial o lo trillado del cine actual, donde muchos argumentos parecen calca uno del otro, en Sangre no hay destrampes ni alcohol de por medio, tampoco música romántica para esos momentos íntimos y mucho menos unos bocadillos afrodisíacos, o el clásico amante que se trepa a horcajadas en su pareja porque ya no aguanta más. Son más naturales y creíbles. 

La labor del departamento de arte, bajo la dirección de Daniela Schneiderm, fue todo un logro que supo enteramente de qué iba la historia y el ambiente que debe rodear a los personajes. Para empezar, el indispensable sofá clasemediero frente al televisor, testigo de arrumacos y horas muertas; el comedorcito modesto, unas cajas de cartón que estorban en el suelo, la escoba recargada en la pared y por supuesto, la típica vitrina con cristales corredizos, de esas que invariablemente atesoran baratijas de cerámica, una vajilla que solamente se utiliza en ocasiones especiales, un par de pomos medio caros y algún otro mugrero que para los dueños tiene valor sentimental. 

En la recámara, la infaltable cobija con de diseño de un leoncito y las pijamas matapasiones. Alex Fenton en la fotografía hace que las locaciones y exteriores acompañen muy bien a la trama. 

BLANCA Y DIEGO 

A Blanca bien se le puede ver en su trayecto al trabajo, a bordo del bus, dando de repente un brinco al pasar por un bache y, como voz en off, una payasita que se gana la papa contando chistes malos y hasta ofensivos, para luego estirar la mano y recibir alguna moneda de los pasajeros. 

Diego, por su lado, va en su carrito por las calles de una ciudad no del todo caótica, en un ir y venir rutinario. Él tiene una hija mayor de edad llamada Karina (Claudia Orozco), fruto de un anterior matrimonio y que insiste en irse a vivir con ellos porque ya no aguanta a la mamá, pero Blanca se opone rotundamente. ¡Y es que vendría a romper su dinámica familiar acostumbrada! Es aquí donde, si cabía alguna duda, sale a relucir quién lleva los pantalones. A Diego le hace un San Quintín y lo pendejea. El no asumir su derecho de réplica trae consigo un desenlace fatal. 

Tampoco se trata de un megamelodramón o de esas películas inverosímiles. La historia de Sangre parece sacada de la vida real: una pareja que se pelea y al rato se contenta. De hecho, cuando a Blanca se le pasa la mano, su remordimiento le hace compensar sus exabruptos y groserías con comida para Diego. Sabe cómo llegarle: por el estómago, aunque el fast food compartido no les vaticine una vejez sana debido a su alto contenido calórico y saturada de grasas; panza llena, corazón contento. 

Y es que hay producciones donde claramente se ve que algo no casca. Los personajes en lo que se supone es su medio ambiente y su atmósfera cotidiana se notan ajenos a lo que les rodea, hasta en la ropa que traen puesta. En cambio, en Sangre todo parece cuadrar. Es como asomarse a una realidad como tantas otras, hasta con cierto morbo, como vecino metiche de la vida de otros sin ningún tipo de empacho. 

En la escena de las hamburguesas que Blanca lleva para cenar, pareciera que los espectadores compartimos esos momentos con Diego y ella. Casi se puede oler la cebolla y la carne que sobresalen del pan o sentir la mayonesa entre los dientes. No puede faltar el refresco tamaño jumbo, donde el popote es el invento más oportuno para esas ocasiones y así deglutir a gusto las french fries a medio masticar. “¡Hasta postre trajiste!”, exclama él entusiasmado, casi en tono infantil; mientras saca de la bolsa de papel ese extra que viene a complementar el confortable momento. Una escena que se traduciría en decir lo rico que se siente el no tener que cocinar, al menos por el momento, ni tampoco lavar los trastes. 

Mientras otros filmes nos quieren llevar al quiebre de la rutina de los personajes por medio del espanto o el suspenso, ya sea un asesinato o un accidente, en Sangre son precisamente los momentos cotidianos los que intentan mantener al espectador pendiente de lo que sigue, así sea algo monótono en apariencia. 

Sin necesidad de tantos aspavientos, basta con escenas como la del desmayo de una compañera de trabajo de Diego, al recibir una mala noticia. Este se ofrece a llevarla a su casa una vez recuperada del vahído. A pesar de tener su bocho a la mano para trasladarse, se van caminando a petición de ella. 

Más tarde, al despedirse de abrazo en la calle, los sorprende un motociclista que ha dejado su vehículo estacionado a metros de ellos. Es nada más ni nada menos que el repartidor de sushis, compañero de Blanca y quien obviamente se hace su propia versión en la cabeza. Ni tardo ni perezoso, le va con el chisme. 

—¿A dónde fuiste hoy?— le increpa Blanca a Diego. 

—Hola, durante el trabajo me hicieron que acompañara a una secretaria a su casa… 

—No te hagas, pinche Diego. ¿Y para eso te la tienes que agasajar? 

Diego casi termina descalabrado por una mesita que Blanca le lanza, pero este atina a esquivarla. 

PERFIL DEL DIRECTOR 

Amat Escalante es un cineasta español –mexicano, con un premio al mejor director en el Festival de Cannes por su película Heli (2013). En su filmografía se encuentran también las cintas Los bastardos (2008), La región salvaje (2016) y Perdidos en la noche (2013). Escritor y director de estas dos últimas, con las que recibió también importantes premios en festivales internacionales de cine. Su cine es uno que se cuece aparte y que tiene mucho que decir.

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en: Alejandro Figueroa Amat Escalante Sangre cine mexicano cine mexicano contemporáneo

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

'Sangre', un filme espejo de lo cotidiano

Clasificados

ID: 2383333

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx