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Sabotear el régimen de no proliferación nuclear

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Al considerar los análisis y comentarios que he leído y escuchado en estos últimos días, tengo la impresión de que quizás no estemos comprendiendo bien y sopesando adecuadamente las implicaciones y alcances que tendrán los recientes ataques de Israel y Estados Unidos en contra de las principales instalaciones nucleares de Irán. Ambos estados nucleares, esto es, poseedores de armas nucleares, procedieron a bombardear a un país signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear, del que hasta ahora sigue siendo parte. Tanto Israel, la potencia hegemónica regional, como Estados Unidos, la única superpotencia, han justificado sus ataques sin precedente diciendo que había que evitar por la fuerza que el programa nuclear pudiera de manera encubierta y rápida conseguir su presunto objetivo final que era hacerse de una o más armas nucleares, ante la presunta evidencia de que había avanzado aceleradamente en el proceso de enriquecimiento de uranio para llegar a un porcentaje del 60%. Lo cual era simple y llanamente intolerable. Lo cierto es que hemos llegado a un punto de no retorno después de más de 20 años de arduas y complejas negociaciones sobre el programa nuclear iraní, que Teherán siempre ha insistido tiene fines pacíficos y civiles.

La decisión del primer ministro Netanyahu, secundada por el presidente Trump de intervenir militarmente y atacar de manera unilateral e injustificada han socavado para siempre los cimientos en los que descansaba toda la arquitectura de la no proliferación nuclear. Nunca Estados Unidos había atacado en forma directa territorio iraní. El régimen de no proliferación de armas nucleares fue un colosal esfuerzo de la diplomacia multilateral que tomó muchos años edificar; uno en el que por cierto México participó de manera destacada y constructiva durante varias décadas. Después de los bombardeos del 22 de junio es muy difícil pensar que Irán volverá a la mesa de las negociaciones, aun si prevalece el cese al fuego alcanzado. Las bases de la diplomacia nuclear han volado por los aires, no habiendo prácticamente ningún incentivo para que lo haga. Es evidente que aun si Irán no abandona el TNP podría ya no tener la voluntad para aceptar inspecciones de sus instalaciones nucleares.

Luego que Trump denunciara en 2018 el acuerdo multilateral negociado con Irán, el llamado Plan de Acción Integral Conjunto, siguieron las serias dudas de la administración demócrata y la actuación pusilánime de las potencias europeas, la postura iraní fue endureciéndose. Los dirigentes islámicos radicales y conservadores hicieron que prevaleciera la cerrazón. La agresión de Israel, secundada por los Estados Unidos -ambos no siendo parte del TNP- centrada en ejercer una durísima acción punitiva directa, acompañada de una "presión máxima", son un deslinde definitivo de la trayectoria seguida al nulificar por completo el quid pro quo por el que Irán había aceptado limitar pero no cancelar, su programa nuclear sometiéndolo a un régimen de verificación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), a cambio de que la comunidad internacional levantara las sanciones económicas impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Estas acciones unilaterales han conducido ahora a un intento ilegal para destruir las principales capacidades nucleares de Irán. Los resultados de los bombardeos seguramente se debatirán por algún tiempo, sin que se sepa fehacientemente si el objetivo trazado se alcanzó. Pero lo que a mi juicio debería verdaderamente preocuparnos y ocuparnos es si quedó destruida o sólo dinamitada la diplomacia nuclear.

Tiene mucha razón en sus últimos análisis Mauricio Meschoulan al señalar que si Trump termina por admitir que los daños infligidos al proyecto nuclear iraní fueron menores, o bien si se reconoce que Irán podría reanudar sus actividades nucleares en pocos meses como ha declarado el director general del OIEA, eso implicaría que si el "trabajo" realizado con los bombardeos y la misión conjunta para atacar y obligar a Irán a suspender y cancelar por completo su programa no están concluidos, esto obligaría al presidente estadounidense ya sea a reanudar los ataques de manera directa o al menos a permitir que Israel lo haga. En todo caso las decisiones de Trump han tenido un carácter determinante, tanto al declarar enfáticamente que el programa nuclear iraní efectivamente quedó destruido, como al mantener su postura de que Estados Unidos no se involucrará más en una guerra mayor, la cual como ya hemos sostenido en estas mismas páginas no ha durado 12 días y está muy lejos de haber terminado.

Las conversaciones entre Trump y Netanyahu la próxima semana en Washington, cuando este último esté nuevamente de visita en la oficina oval, serán decisivas después de haber enviado antes a Ron Dermer el ministro israelí de asuntos estratégicos, su más confiable negociador, porque el presidente estadounidense ya ha declarado que presionará con todo para que se acuerde de inmediato un cese al fuego en Gaza y se negocie con Hamas la entrega de rehenes. Asimismo, que se mantenga el que persiste con Irán, el que debe volver a la mesa de conversaciones, habiendo realizado un importante gesto al pedir directamente a la Suprema Corte de Israel que reconsidere y no le de curso a las acusaciones de corrupción en contra del primer ministro, sin dejar de poner en la balanza el que podría revisarse o condicionarse la asistencia militar, indispensable para la seguridad de Israel.

Estos días podrían pasar a la historia como aquellos en los que se forjó de manera irreversible un Irán con armas nucleares. El camino seguido por Corea del Norte.

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