
Quiero Palomitas
El terror no únicamente busca la reacción inmediata del temor o que a través de la ambientación adecuada nos veamos inmersos en el suspenso que significa el no saber qué esperar en lo que nos va a aparecer en pantalla. Este género es uno de los más ricos en cuanto a posibilidades de lecturas y de críticas hacia la sociedad que se puedan hacer en todo lo que va de tiempo de la historia del cine.
Si bien el terror al cual estamos más predispuestos es aquel que nos pone al “otro” como el monstruo, el demonio, el fantasma o el asesino que buscará a como de lugar quitarnos, lo más preciado que tenemos que es la vida. De ahí que durante décadas veamos una gran cantidad de historias, personajes, lugares y hasta sonidos que nos remitirán al peligro que significa el estar a un suspiro de partir a otra dimensión.
Pero no todas las producciones buscan esta fórmula, sino que además la cuestionan debido a que no es posible mantener los mismos clichés que el público reconocerá en cualquier momento para predisponer o adelantarse a las acciones que suceden en la pantalla.
Es por ello que el terror se fue metiendo poco a poco a lo más íntimo del ser humano, su familia. Por eso, este tipo de películas en donde aquel ser inocente, el cual hemos visto crecer, se vuelve en nuestra contra, cada vez se ve como una provocación a lo políticamente correcto.
Weapons de Zach Cregger nos llega como una bocanada de aire fresco al mainstream de la fórmula, a lo “sopa instantánea”, agua caliente, que pasen 3 minutos y ya tienes tu rica sopa que no nutre ni alimenta, solo llena la panza y ya. Así, las últimas franquicias se han fundamentado en este tipo de narrativas, sin mucho esfuerzo en la profundidad de los personajes, valorando los jumpscreamers para que al final de hora y media salgan miles de personas creyendo que vieron lo más terrorífico.
Esta obra comienza con la narración de una pequeña niña, quien desde su perspectiva es como estará contada está historia, pero ojo aquí no de la manera inocente y sesgada para evitar los detalles más oscuros de los hechos, sino con la idea de mostrar que los niños también pueden reconocer que el terror está en el cuarto contiguo y puede ser llamado papá, mamá o cualquier familiar.
Lo interesante de la narración, también desarrollada por Cregger, es que va mostrando la historia como si fueran pétalos de una flor, en donde todas las historias llegarán a un mismo núcleo, aunque parecen independientes todas se tocarán en puntos aleatorios con un sentido de fragmentos pero a la vez de totalidad.
A las 2:17 de la madrugada, los alumnos de la maestra Justine Gandy (interpretada por Julia Garner) salen de su casa, corriendo en la oscuridad con los brazos abiertos y dirigiéndose a un lugar desconocido. Todos, excepto Alex (un pequeño de gran talento llamado Cary Christopher), a quien se le preguntan las posibles causas de sus compañeros para huir de sus casas.
Hasta aquí muchos pensarán que no hay nada de extraordinario y peor aún ¿En dónde está el terror? (aquí solo quiero agradecer que aunque el título en español latino sea “La Hora de la Desaparición”, estuvo a milímetros que los genios de renombrar a las películas para no ser censuradas por el algoritmo hubiera utilizado el título “¿Y dónde están los niños?”).
El terror es más sutil, es el descubrir como la figura de la maestra ya no es la autoridad de antaño, es como ver qué la desconfianza ya es un estado permanente a la sociedad, como la sociedad postpandemia cada vez se aísla ya sea en alcohol, las drogas, en el desamor o en la incomprensión del otro, una individualización masiva que llevará a que no tengamos elementos de seguridad y por ende nuestro entorno es tan caótico que el verdadero miedo ya no es la oscuridad, sino el color.
Esta película se convierte no en una mesa prefabricada para armarse en la sala del cine, sino un mueble que va a ir siendo tallado para saber por qué este género no tiene que agotarse en la cantidad de sangre o apariciones, sino en el rompimiento con los entornos seguros, dejándonos en un mundo en donde los niños se quedan a veces sin voz o sin voluntad, o bien la sociedad entera no sabe cómo manejar lo inesperado aunque es ella misma quien lo provoca.
Sin duda quien será reconocida por su actuación es Amy Madigan, quien demuestra en esta película una solvencia y compromiso actoral que pocos pueden demostrar en pantalla, tendrá sin duda nominaciones a varios reconocimientos. Josh Brolin hace de su papel como Archer Graff una crítica a la masculinidad tóxica, que busca descargar en el “otro” la responsabilidad propia.Esta película puede ser amada y odiada, pero no pasa desapercibida debido al gran trabajo narrativo de Cregger y su forma de irnos llevando a un espejo para estrellarnos contra él.