
Quiero Palomitas
En 1983, el etnólogo, antropólogo y escritor mexicano Guillermo Bonfil Batalla irrumpió en el mundo del análisis cultural con un ensayo de una trascendencia total, pero que, desgraciadamente, en nuestro país poco se ha debatido, su nombre; Lo propio y lo ajeno: una aproximación al problema del control cultural.
Esta propuesta crítica más que adeptos buscó sacudir a la poca conciencia de lo que llamamos como fenómeno cultural, ya que para la mayoría de nosotros los mexicanos cuando escuchamos el término cultura parece que sabemos en qué consiste, pero resbalamos olímpicamente porque caemos en los lugares comunes: es la exposición de pintura, el concierto de música clásica, el ballet o la obra en el escenario de algún teatro, la literatura que se genera por los escritores.
Sin embargo, Bonfil Batalla trataba de exorcizar el término en aras de que comprendiéramos que mucho de lo que somos es debido a que creamos, nos apropiamos, tomamos prestados o nos imponen en cuanto a todas las manifestaciones que ahora es lo que resignificara este concepto.
En su conclusión fue tajante: “la naturaleza de la sociedad capitalista, acentuada por la industrialización, implica un proceso creciente de enajenación e imposición cultural en relación con el mundo subalterno, al que se quiere ver convertido en consumidor de cultura y no en creador de ella”.
Fue un grito en el desierto, ya que la industria cultural de ese entonces buscaba el mantener al público conforme a pesar de lo complicado que era tanto la economía, la política y la misma sociedad. No fue hasta que una fuerte sacudida, como lo fue el sismo del 85, cambió la visión de nuestro ser mexicanos.
Está en cartelera la última película del director estadounidense Ryan Coogler (Creed, Black Panther), Pecadores, la cual reúne, además de su actor fetiche Michael B. Jordan, un gran elenco de actores y actrices afroamericanos y blancos, y busca hacer una reflexión muy profunda, desatado de cualquier visión maniquea de personajes buenos y malos, para conciliar que veamos historia del entorno afroamericano del sur de Estados Unidos frente a la imposición no solo de parámetros o formas de creación, sino también en cuanto a la forma de pensar.
Jordan personifica a los hermanos gemelos Smoke y Stack, quienes luego de robar el dinero y el licor de un mafioso de Chicago, retornan a su hogar en Mississippi para abrir una cantina. Reúnen a su equipo que les permitirá el funcionamiento del negocio cuando llegan vampiros.
Este giro puede ser o la ocasión para dejar la sala de cine o bien para tratar de entender que va a pasar, ya que los vampiros, tratan no solo de llevarse la sangre y las almas, sino que es el tratar de imponer sus creencias, las dinámicas de creación, pero sobre todo ahogar al espíritu puro, representado con el primo Sammie músico y amante del blues, para convertirlo todo en productos de consumo, evitando así a que la experiencia propia manifestado en arte se transforme en lo que otros, ajenos a este espíritu, lo dejen sin alma.
Pecadores se convierte de una película en donde sabemos que el trabajo en la plantación del algodón hace que las comunidades encuentren en el blues la capacidad de mantener fuerte a la pureza del “ser”, en una crítica poderosa a lo que aspiramos ser por lo que algunos llaman fama, reconocimiento o poder.
La propuesta Coogler, quien es también el guionista de la historia, parece plasmar de manera muy tangible esta lucha cultural y en algunos casos espiritual, frente a la creencia de que se puede imponer pensamientos, aranceles, ideologías, expresiones artísticas o simplemente formas de ser a manera de control y poder. Esta película es un eco a lo que nuestro Bonfil Batalla señaló y que aún espera que nosotros lo oigamos.