on el poder puede hacerse mucho daño y poco bien", decía Octavio Paz. Tenía en mente los horrores que perpetró el poder absoluto en el siglo XX. Todo régimen todopoderoso debe tenerlos en cuenta: llegaron a él creyéndose salvadores del pueblo y terminaron convirtiéndose en sus verdugos.
Lenin buscó y obtuvo el poder absoluto para construir el socialismo. Stalin se contentó con instaurarlo en un solo país (y luego imponerlo en Europa del Este). Lo que logró no fue la creación del socialismo sino una dictadura totalitaria sin precedentes, que provocó la hambruna genocida de Ucrania (3 millones de muertos), creó el universo concentracionario del gulag (al menos 2 millones de muertos), y cuya economía resultó por completo inviable. Y ¿para qué? Para dar pie a un nuevo zarismo. Putin adolece de los mismos delirios imperiales y oscurantistas de Nicolás I pero carece de las luces de Pedro el Grande. ¿Qué hace ahora con el poder absoluto? Exportar desolación y muerte.
Hitler usó el poder absoluto para vengar la derrota de la Primera Guerra, reconstruir militarmente la economía alemana y borrar de la faz de la tierra a los judíos, supuestos causantes de aquella derrota (y del predominio de Wall Street y el bolchevismo ruso). Con el Tercer Reich advendría la supremacía racial aria sobre el mundo. Su mensaje de odio hechizó al pueblo más culto de la época y lo llevó a la hoguera. ¿Resultado? 66 millones de muertos, 47 de ellos civiles. Ese fue el saldo hitleriano del poder absoluto.
Mao quiso buscar su propia vía al socialismo y para eso desató la Revolución Cultural, proceso salvaje de "reeducación" al comunismo que se tradujo al menos en 2 millones de muertos. Por fortuna, la milenaria China -más confuciana que maoísta- encontró en Deng Xiaoping un líder excepcional que no buscó el poder absoluto para acrecentarlo sino para reformarlo. Abrió la libertad económica, quiso renovar al partido cada diez años y dejó el mando en vida. Lo usó para bien, y los resultados están a la vista: China es una cleptocracia llena de contradicciones y tensiones, pero es la potencia exportadora del siglo XXI.
Fidel Castro usó el poder para replicar el modelo soviético. Ahogadas todas las libertades, al menos apuntaló instituciones de salud y educación (sin libertad de lectura ni creación), pero el colapso de la URSS cerró la etapa. El país estaba urgido de una apertura similar a la china. Castro cerró esa vía. A pesar del subsidio venezolano, el barco siguió hundiéndose. Antes de morir, el líder perpetuo aceptaba -sin el menor rubor- que la Revolución con que había soñado... había fracasado. El poder absoluto había convertido a Cuba en lo que sigue siendo: una isla de pesadumbre.
Con la excepción de la brutal cleptocracia rusa, los regímenes autoritarios del siglo XXI no han sacrificado a millones de personas, pero han sido terriblemente destructivos.
Hugo Chávez, por ejemplo, buscó y obtuvo el poder absoluto para construir el "Socialismo del siglo XXI". Destruyó la ejemplar petrolera pública PDVSA. Y, a la voz de "exprópiese", arrasó con la empresa privada. ¿Resultado? El derrumbe de Venezuela -gobernada por un tirano vulgar y sanguinario- no tiene precedentes en la historia mundial. Eso hizo el chavismo con el poder absoluto.
Los presidentes del PRI no tuvieron el poder absoluto: no eran amos del partido y los limitaba el período sexenal. Por eso hubo etapas de vocación social, otras de crecimiento económico. Se crearon instituciones valiosas (de salud, educativas, culturales). Pero sus críticos nunca olvidamos sus lacras: la corrupción endémica, la prostitución de la democracia, la república simulada, el faraonismo económico, el endiosamiento presidencial. Para acabar con ellas los mexicanos conquistamos la transición democrática del año 2000, que hoy el régimen ha decapitado.
Morena detenta un poder absoluto que las urnas no le concedieron. ¿Qué ha hecho con él? Repartirse y repartir a cambio de obediencia. Destruir las instituciones del siglo XX (una excepción embrionaria es la recuperación del monopolio estatal de la violencia legítima, al que el gobierno anterior renunció para entregarlo al crimen). En otros ámbitos, no solo persiste en copiar lo malo del PRI sino en superarlo, pisoteando el mejor legado del siglo XIX: el Estado de derecho, la división de poderes, la propia república.
Todavía hay margen para consumar la destrucción: quedan recursos naturales por arrasar, infraestructura por degradar, fondos públicos por dilapidar. Aún se puede arrebatar a los ciudadanos lo que queda del INE y acabar con el último valladar, la libertad de expresión.
¿Eso quiere el régimen? Y, si no es así, ¿qué se propone hacer con el poder absoluto?