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PEQUEÑAS ESPECIES

LA DICHA DE SER ABUELO

28 DE AGOSTO... ¡FELIZ DÍA DEL ABUELO!

Antes de abordar el tren en el andén de mi partida, llegó el milagro más grande de la vida: la dicha inmensa de ser abuelo. Llegué con sabiduría a esta misión; cuánta satisfacción me dio el Creador de lo que hice en la vida, solo borrando una sonrisa en mi parecer, que quisiera el tiempo retroceder y haber disfrutado más a mis hijos. Los quise ver grandes y no gocé su crecimiento; cuánto arrepentimiento siento por haber trabajado tanto tiempo sin haber saboreado su niñez. En cambio, ellos, que grande me veían, me convertían en héroe. Bendita inocencia de mis retoños; me perdí sus primaveras, estación efímera que pasó fugaz por mi jardín.

Ahora entiendo por qué de viejos somos abuelos: la experiencia nos regresa con paciencia a compensar nuestros yerros con los hijos de nuestros hijos. No nos convierte en padres el solo hecho de tener hijos, como el que posee un piano no lo hace pianista. Hasta que llegan los nietos aprendemos a ser verdaderos padres. Son tan diferentes nuestros hijos que es una bendición comprenderles, y cuando crees entenderles, cambian abandonando la infancia. En cambio, el padre jamás abandona la paternidad.

Qué equivocado estaba al pensar que el trabajo justificaba alejarme de mis hijos. Fue entonces cuando el Señor envió un ángel: llegaba de trabajar, preparando la mesa, organizando la casa junto con tareas escolares; se desvelaba cuando los niños enfermaban, nunca se quejó, y cuando lo hizo, al hospital fue a dar. Compañera de toda la vida, de dos generaciones ha sido formadora, abuela consentidora, baluarte de la familia.

Queridos nietos, pedacitos del alma: desde el primer día que los vi, los contemplaba fijo, frágiles y encantadores; a cualquier llanto movían un ejército completo. Cómo no recordar su primera sonrisa, la primera palabra, las lágrimas derramadas cuando su salud se quebrantaba, pidiendo al Señor ser el enfermo y no mis angelitos. Qué sabios son los viejos años: nos dan el privilegio de ser abuelos. Nos queda tan poco tiempo para gozarlos que nos regresan la juventud olvidada; nos hacen viejos por fuera y jóvenes por dentro, nos vuelven consentidores con los nietos y gruñones con los hijos cuando reprenden a sus hijos. Los queremos tanto, que cuando están bajo nuestro cobijo, le damos descanso a su mismísimo ángel de la guarda.

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Escrito en: Columnas editorial

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