Recuerdo que llegaron a mi celular dos mensajes de texto diseñados a la medida para que yo cayera en la trampa y diera clic. Se hacían pasar por amigos míos. Uno era sobre la supuesta muerte de su papá (da clic para los datos de la funeraria) y otro sobre una supuesta foto mía (clic para verla). No caí en la trampa porque me pareció extraña la manera en que se expresaban. No pensé en espionaje, pensé en un fraude bancario. Por eso no di clic. Bastaba eso -un clic- para que el gobierno, gracias a la herramienta de espionaje israelí Pegasus, tuviera acceso total al teléfono infectado: contactos, conversaciones, fotografías. Todo.
Otros sí cayeron en la trampa. En 2017, en la portada del New York Times se difundió cómo el gobierno de Enrique Peña Nieto espió a un grupo de activistas, defensores de derechos humanos y periodistas (entre ellos un servidor). Luego nos revelaron fuentes de ese gobierno que desde Los Pinos se urdió un plan para usar datos personales como arma de chantaje contra un puñado de periodistas para apagar las críticas. Por la compra de Pegasus, Peña Nieto está hoy envuelto en un escándalo de presuntos sobornos por 25 millones de dólares, según denunció un medio de Israel.
"Todos nosotros fuimos espiados", dijo la presidenta. Es cierto. Todos nosotros.
El argumento central de Sheinbaum para prometer que su gobierno no va a espiar a los ciudadanos es que ella y los suyos fueron víctimas de espionaje en gobiernos pasados. Como si haber sido víctima te impida ser victimario. El razonamiento es infantil. Y además, mentiroso. R3D documentó que en tan solo un mes del primer año de gobierno de López Obrador, 456 mexicanos sufrieron el hackeo de sus celulares a través del sistema de espionaje Pegasus.
Los teléfonos intervenidos, los correos hackeados, los seguimientos físicos, las campañas de desprestigio disfrazadas de "investigaciones" en las mañaneras, nutridas con la divulgación de datos personales y privados, ocurrieron mientras el presidente decía que ellos no eran iguales a los del pasado, que ellos no espiaban, que eran labores de inteligencia. Eufemismo para eludir la responsabilidad.
La presidenta Sheinbaum repite el guión de su jefe político. "Todos nosotros fuimos espiados", dice. Sí. Y por eso quizá la expectativa -cuando prometieron ser diferentes- era que la 4T anulara cualquier posibilidad de que desde el Estado se espiara a un ciudadano, no que quedara a su voluntad y discreción.
Para defenderse de las sospechas, la presidenta dice dos cosas: que promete portarse bien y que, en todo caso, la ley quedó igual que como estaba en tiempos de Peña Nieto.
Cuando llegó la 4T la expectativa era no perseguidos políticos, no presos políticos, no espionaje. Fue su mantra durante décadas. Se esperaba que los relatos en tono dramático de López Obrador quejándose de cómo espiaron a sus hijos hasta con helicópteros sobre su casa se tradujeran en leyes que impidieran la repetición de ese pasado oscuro. En cambio, nos ensartan una ley que actualiza las capacidades de espionaje del Estado con las herramientas tecnológicas más modernas, nos dicen que por qué reclamamos si esa ley ya estaba y se montan en los hombros del secretario García Harfuch que tiene buena relación con la oposición para intentar suavizar las sospechas.
Con la Ley Espía, la narrativa de que con su llegada al poder se terminaría la era represora quedó aniquilada. Si el espionaje del Estado era una construcción clandestina con palos de madera, Sheinbaum le acaba de echar cemento y vigas.
SACIAMORBOS
Sale su declaración diciendo que el aeropuerto que cancelaron sí servía y nunca se probaron las acusaciones de corrupción… y a la semana siguiente aparece un soborno de 25 millones de dólares. ¿Alguna duda de que las prácticas del régimen priista más podrido… están hoy afianzadas en Morena?