ÁTICO
Disminuyó la pobreza, pero sin crecimiento sostenido, la epopeya terminará siendo un espejismo. Toca hornear un pastel más grande.
Reconozcámoslo: la pobreza en México disminuyó. Y eso importa. Punto. No fue un milagro sexenal, ni producto de un modelo que el mundo debería emular como si hubiéramos descubierto la cura contra el cáncer. Fue ingreso, fue salario, fue política laboral. Y también transferencias sociales. Un logro real que se traduce en mejoras para millones. Pero no confundamos pan con panegírico. No confundamos dato con epopeya. Lo que no merece el país es el histrionismo oficialista que grita "hazaña histórica" cada mañana, pero tampoco el negacionismo opositor que repite "nada cambió". López Obrador tenía razón en algo: había que redistribuir mejor el pastel. Pero descartó la importancia de hacerlo crecer. Y ahí radican las fisuras del modelo actual.
Los análisis sobre las cifras del INEGI hechos por expertos como Diego Castañeda, Máximo Jaramillo y Luis Monroy Gómez Franco: la pobreza bajó porque el ingreso laboral subió. Porque la gente ganó más. Porque el salario mínimo dejó de ser salario de hambre. Porque las reformas laborales tuvieron efecto. Los programas sociales ayudaron, pero la clave está en el ingreso que se gana trabajando. Eso movió la aguja y cambió 13 millones de vidas. Significa poder comprar más frijol y tortilla. Significa mandar al hijo a la secundaria con zapatos nuevos o que la hija no abandone la escuela. Ahí está el mérito y no hay que regatearlo. Quizás sea uno de los pocos logros tangibles que AMLO alcanzó, pero la oposición se daña al no reconocerlo. Parece mezquina y miserable, alejada de la realidad de las mayorías.
Al mismo tiempo, la mirada honesta revela sombras que no se pueden ignorar. La carencia en acceso a servicios de salud se disparó. La población vulnerable por carencias sociales aumentó, a pesar de que la pobreza multidimensional cayó. La movilidad social educativa está en franco retroceso. La escalera de la movilidad social sigue rota. Tenemos un modelo desequilibrado: bolsillos con más pesos, pero hospitales vacíos. Familias con dinero para pagar una consulta en la Farmacia del Ahorro, pero sin medicinas en el IMSS. El milagro proclamado presenta fisuras estructurales: salud colapsada, rezago educativo creciente, y una institucionalidad gubernamental deteriorada. Y está la informalidad creciente. El refugio masivo. Millones con más ingreso, pero sin seguridad social, sin retiro, sin derechos fundamentales. El presente se alivia. El futuro se hipoteca.
El modelo de los últimos seis años enfrenta límites y cuestionamientos válidos sobre su sustentabilidad futura. El salario mínimo ya subió lo que debía. Bien. Ya se redistribuyó lo que se podía redistribuir del capital al trabajo, pero eso no puede ocurrir eternamente. Con un crecimiento económico raquítico -menor al resto de América Latina- la fórmula topa con pared. Y no es por la pandemia. Es por errores autoinfligidos. Endeudamiento insostenible, Pemex convertido en pozo sin fondo, un déficit fiscal que ha obligado a recortes brutales en salud y educación, y la profundización del capitalismo de cuates basado en extracción, no en innovación. Los verdaderos trampolines de la movilidad social siguen siendo arenas movedizas.
A eso súmenle la incertidumbre creada por el Poder Judicial electo, en manos del partido-gobierno, que desalienta la inversión y por ende el crecimiento. Y añádanle la incredulidad de muchos sobre la veracidad de las cifras oficiales, ganada a pulso por dos gobiernos de la 4T que han maquillado datos, ocultado números, y cambiado metodologías sin explicar cómo o por qué. La evaluación autónoma del Coneval habría legitimado los resultados. Su destrucción contribuye a la incredulidad sobre cuán confiables son.
No deberíamos vitorear sin matices un país donde el Estado reparte, pero no construye condiciones o confianza para crecer, ni invierte, ni piensa en el largo plazo. Donde el Estado alivia la pobreza, pero no cambia los factores estructurales que siguen generándola. Donde cambia el tamaño de la rebanada, pero no el tamaño del pastel. Sin crecimiento sostenido, los pobres que hoy reciben más, mañana volverán a la situación precaria de la cual salieron. Sin aumentos en la productividad no habrá desarrollo incluyente y sostenido. Sin esos ingredientes, la epopeya terminará siendo un espejismo. El verdadero triunfo no será redistribuir mejor las migajas. Será, por fin, hornear un pastel más grande.