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Parece que no es con nosotros

JORGE G. CASTAÑEDA

Me da algo de pena decirlo, pero en esta ocasión tiendo a estar de acuerdo con Claudia Sheinbaum. La filtración relativa a la posibilidad de que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos combata a organizaciones terroristas, es decir, en este caso a los cárteles de la droga, en América Latina en general, y en México y en Venezuela en particular, no constituye un ataque frontal a nuestro país. Aunque desde luego la directiva presidencial estadounidense se dirige también a México, y aunque las promesas hechas por Trump de no invadirnos sin el consentimiento presidencial nuestro, ni sin aviso o cooperación, no valen gran cosa, y tomando en cuenta también que las negativas categóricas de la Presidenta mexicana tampoco sirven de mucho; todo parece indicar que no es con nosotros, por lo menos en esta ocasión.

Más bien, me da la impresión que la directiva secreta norteamericana con respecto al Pentágono, y la recompensa de 50 millones de dólares ofrecida a quien facilite la detención del dictador venezolano Nicolás Maduro parecen ir de la mano. Me parece que ambas decisiones de Trump y del aparato de seguridad de Washington van en esa dirección. Por varios motivos.

El actual ocupante de la Casa Blanca y su equipo de política exterior, de defensa y de inteligencia, quieren cuadrar el círculo: acabar con el régimen de Maduro, sin una invasión directa (boots on the ground), o no demasiado directa. Digo cuadrar el círculo porque tanto como durante su primer mandato, como en los tiempos de Biden y ahora de nuevo, nadie en Estados Unidos ha logrado deshacerse de la dictadura de Caracas, a pesar de brutales sanciones y de crisis económicas sin parangón en la América Latina, y múltiples intentos de búsqueda de alternativas civiles o militares. Ninguna ha funcionado y no hay motivos para pensar que seguir por el mismo camino puede llevar a un destino diferente.

La recompensa encierra varias motivaciones. La primera, la más obvia, es generar la tentación en el seno del alto mando militar caraqueño de derrocar a Maduro, ponerlo en un avión y mandarlo directamente a Miami, para cobrar el jugoso rescate. Es difícil que esto suceda, no por la lealtad, la honestidad, o la institucionalidad de los mandos de las fuerzas armadas de Venezuela, que nunca se han caracterizado de esa manera. Más bien, revisten peculiaridades distintas. Pero, sobre todo, es poco probable que algunos se amotinen, debido a la estrecha vigilancia, o, mejor dicho, espionaje e infiltración del que el ejército de Venezuela ha sido objeto por "los anillos de seguridad" cubanos desde hace casi 20 años, es decir, poco después del golpe fallido de 2002 contra Hugo Chávez.

De todas maneras le mete ruido a Maduro y seguramente duerme con menos tranquilidad hoy que antes. Y no se trata de una medida inútil, ya que nunca se sabe, y hasta los propios cubanos pueden resultar más venales de lo que se supone, sobre todo en vista de la trágica, catastrófica y desesperada situación en las que se encuentran sus familiares en la isla.

Pero la directiva autorizando al Pentágono a operar en asuntos de seguridad o combate al crimen organizado puede conducir a una operación quirúrgica, de extracción de Maduro, en el momento menos esperado. Algo así como lo que sucedió con el Mayo Zambada, y muy diferente a la manera en que George Bush padre sustrajo a Manuel Noriega de su cuartel en Panamá hace 35 años. No habría bombardeo, ni invasión, ni desembarco, ni paracaídas. Sí habrían operaciones de desinformación y engaño, fintas, infiltración y extracción relámpago. No digo que eso vaya a suceder, ni que Maduro no disponga de instrumentos para contrarrestar estas posibles tentativas, ni de apoyo popular- no se sabe cuánto - para ayudarle a rechazar una operación de esta naturaleza

Esta modalidad de intervención colocaría a la oposición venezolana y a toda América Latina en una situación especialmente delicada. La oposición venezolana, aún dirigida por María Corina Machado, tendría que definirse a favor o en contra de la misma, aunque fuera a toro pasado, y cualquier deslinde o aprobación entrañaría un elevado costo.

En cuanto a los principales países de América Latina, tanto los limítrofes como Brasil y Colombia, como los más importantes -México, Argentina y Chile- se verían obligados a pronunciarse igualmente. No les quedaría más remedio que oponerse y denunciar probablemente con estridencia y virulencia la nueva incursión "imperialista".

Para México en particular, esto resultaría especialmente desgarrador, ya que no estamos en condiciones de enfrentar a Trump por un asunto de esta índole, pero tampoco podríamos aprobar el acto.

En 1989, Carlos Salinas votó a favor de una resolución de la OEA condenando la invasión norteamericana a Panamá. Le costó bastante, aunque Bush finalmente decidió pasar la crítica a pérdidas y no permitir que dicho desacuerdo empañara el resto de la relación bilateral. Bush padre era una especie de Churchill comparado con Bush hijo, que a su vez se asemeja a Franklin Roosevelt en comparación con el actual inquilino de la Casa Blanca. Suerte con todo esto si sucede.

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