
Oxímoron encarnado
Empiezo citando a Borges en su cuento “El Zahir”: “En la figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de una luz oscura, los alquimistas, de un sol negro”. Señalo la etimología: oxí significa “agudo” o “ligero” y moron significa “grave” o “pesado”. Acto seguido, afirmo que Enriqueta Ochoa fue la encarnación de un oxímoron. ¿Por qué? Porque siendo una creyente fervorosa de la fuerza del destino, ella eligió vivir días delirantes de manera libérrima. Como escritora se sometió a una extrema disciplina, pero segura estaba de la divina inspiración. “A mí me dictan, yo siento un dictado, por eso defiendo tanto mis cosas, porque no vienen de mí, vienen de muy lejos”. Además el insólito oxímoron se manifestaba con fuerza en el mundo cotidiano: “…viejo y joven el mundo sin moverse pasa”. “Está el viento, la nube, la paloma, / todo lo que nos alza de la tierra/ y también lo que nos ata a ella”.
Estudiosa del esoterismo —como su padre Macedonio Ochoa, orfebre y propietario de la joyería Ochoa que tuvo tanto prestigio en Torreón, y como su amiga, la escritora chilena Gabriela Mistral, ganadora del premio Nobel—, Enriqueta estuvo siempre segura de la inmortalidad y aun así le temía a la muerte: “Le tengo miedo porque no sé en qué dimensión voy a parar. No puedo dormir en las noches por la angustia que siento por las preguntas esotéricas, como la de las dimensiones, a dónde vamos y cómo tenemos que prepararnos para ese otro viaje que hay que hacer”.
Don Macedonio no estaba de acuerdo con el adoctrinamiento religioso en las escuelas y por eso procuró que sus hijos tuviesen preceptores particulares que les enseñaran idiomas, artes, ciencias, humanidades y lo que fuera menester. Reconociendo las facultades de su hija Enriqueta para la literatura, contrató como preceptor a don Rafael del Río, miembro destacado del grupo Cauce. El catedrático se esmeró en su trabajo y le dio a la pupila este valioso consejo: “Si algún día se va a México, evite ingresar a los grupos de escritores. Están unidos sólo para destruirse, y no quiero que la destruya nadie. Usted enciérrese a escribir y busque amistades con las que pueda compartir cosas de la vida cotidiana, alejadas de la competencia, de la enervación por leer ciertos libros o conocer a determinadas personas. Dedíquese a su trabajo literario: le dará mucho de qué hablar”.
Ella se dedicó por entero a la literatura y, efectivamente, su talento dio mucho de qué hablar. Manteniéndose ajena a grupos, de todos modos se convirtió en objeto de intensas filias y de virulentas fobias. Lo mismo fue reconocida por Octavio Paz como la más grande poeta mexicana (sólo detrás de Sor Juana) que fue motejada alguna vez como “niña boba” por Rosario Castellanos, con quien sostuvo una agridulce amistad.
Asumiéndose como provinciana y como orgullosa amante de su terruño lagunero, aprendió a disfrutar de una existencia cosmopolita. Trashumante —por estar casada varios años con un diplomático francés— fue capaz de establecerse en infinidad de sitios distantes con el solo poder de su voluntad. Encaró toda suerte de situaciones, algunas terriblemente dolorosas. Así aprendió la suprema paradoja de que en las más oscuras profundidades es donde se hace posible vislumbrar lo que somos: “Leí que había un pozo del misterio a donde sólo podían entrar dos seres: el poeta y el místico. Al igual que el místico, el poeta se echa un clavado ahí; ambos encuentran tesoros maravillosos en el fondo del misterio. El poeta los saca y los transforma en palabras sin darse cuenta; el místico los saca y los transforma en oraciones”.
Revelándose tanto como heredera de sabias tradiciones como propugnadora de necesarias innovaciones, su literatura sintetiza inmanencia y trascendencia y, a partir de lo efímero, devela lo permanente. Posee el innegable mérito de haber encontrado “la hora del incendio celeste en que se hace diáfano el corazón de la semilla y la palabra nace”. Por las palabras que ella hizo nacer, la valía de Enriqueta Ochoa en la literatura está ya fuera de toda duda.