Más vivos que nunca, los corridos están en boca de todos. Rompen marcas y generan tendencias. Hasta los reggaetoneros se suman al llamado regional mexicano. Más allá de los prejuicios, gustos o rechazos, quienes también innovan en la escena mundial, son los grupos mexicanos y sus contrapartes gringas de origen mexicano. Los corridos "tumbados" están en la cima de las plataformas musicales a nivel global. Literalmente, saltaron de la sierra al mundo. Las reproducciones se cuentas por millones.
Por su contenido, los corridos pasaron del canto popular a la polémica. No es la primera vez, ni será la última. Pero de una vez por todas, dejemos en claro que las manifestaciones musicales reflejan la realidad en que vivimos. No al revés. Dicho de otra forma, se canta lo que hay en la sociedad. Por lo tanto, prohibirlos, carece de sentido. En clave política, hace años que los Tigres del Norte, describieron como nadie una época: "Los pinos me dan la sombra, mi rancho pacas de a kilo". En su momento, la canción incomodó, como actualmente lo hacen Los Alegres del Barranco, Natanael Cano, Peso Pluma y compañía. Cantan de manera directa y abierta, pero también lo hacen en claves.
Los corridos, independientemente de la etiqueta de tumbados, bélicos, alterados, perrones, de amor y desamor, son representaciones sociales de este y aquel fenómeno. En el siglo XIX cantaron a justicieros y bandoleros. Fue célebre Heraclio Bernal por ser bandolero al estilo Robin Hood. Roba a los ricos y reparte a los pobres. Pronto su cabeza tuvo precio: "Año de mil ochocientos, noventa y dos… Estado de Sinaloa, gobierno de Mazatlán, donde daban diez mil pesos por la vida de Bernal". En la misma línea se cantó a Joaquín Murrieta, Chucho el Roto y Jesús Malverde. Éste último, mantiene el rango de santo con capilla y veladoras.
De la misma manera, vino la revolución y los corridos tuvieron mayor auge como noticia y narrativa épica. Villa, Zapata, Madero, y por supuesto, Adelita y Valentina. Así se cantaron las batallas de Torreón y Zacatecas. Esas canciones describieron una época histórica, e incluso, con humor, cantaron la Cucaracha al presidente golpista Victoriano Huerta.
Quizá se puedan prohibir algunas canciones por algún tiempo, pero no todo el tiempo. Al fin la música, es representación popular, y en ese terreno, puede más el gusto que la prohibición.
En 1968, José Agustín publicó un sugerente libro para valorar la música en boga: el rock. El título lo dice todo: La nueva música clásica. Frente a la renovación del corrido, en su versión tumbada, vale preguntarse si ¿estamos ante la nueva música clásica?
Ahora el rock no escandaliza a nadie, ni tampoco figura en las tendencias de consumo. Por el contrario, son los corridos los que provocan y escandalizan, pero al mismo tiempo reflejan no sólo al mundo del narco, sino placeres, lujos, joyas y marcas. El filósofo francés, Gilles Lipovetsky lo describió hace tiempo en un par de libros: La era del vacío y El imperio de lo efímero.
Hacia 1950, el experto en corridos, Vicente T. Mendoza auguró erróneamente la desaparición del género por la urbanización del país. Sin duda estaría admirado de ver el enorme éxito. Por su raíz decimonónica, el corrido tuvo profundas influencias del romance y la balada. La tradición se mantuvo a través de las generaciones. De Los Alegres Terán continuaron, la abuela y Los nietos de Terán. Nuevos bríos surgieron desde 2019 a través del hip hop en California. A ritmo de rap, el género mexicano encontró otros caminos en los Estados Unidos. Hoy los corridos están por todos lados.
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