
Murmullos delirantes
“En mi infancia siempre veía a un pequeño hombrecito que se escondía detrás del closet de mi abuela cuando la iba a visitar. Recuerdo, mucho, que había otra niña que sólo yo veía, que era la que hacía las travesuras en la casa. Siempre le dije a mi mamá y no me creyó…”
“Cuando fui a San Juan Chamula, entre los pinos característicos de ese lugar emblemático de Chiapas, yo vi a un aluche, como el que dijo el expresidente López Obrador que se encontraron en la carretera rumbo a Quintana Roo, y es que dicen que allá son muy comunes. También en el mercado Juárez es común, ya en las noches, ver ese tipo de hombrecitos…”
“Todo es posible. Mi familia fue abducida por extraterrestres y por eso creemos que heredamos y portamos dones especiales que nos permiten ver lo que la gente piensa de nosotros…”
Sin el afán de desmentir estos diálogos mágicos, pues siempre existen dudas en torno a la veracidad de estos testimonios que se comparten en nuestras pláticas más profundas con amigos, vecinos y parientes, incluyendo aquellos sobre las herencias de “toques divinos” en la familia, ¿qué pasa cuando abrimos la conversación? ¿Qué sucede cuando analizamos bajo el crisol de la realidad todas nuestras creencias más íntimas? Cuando nos vemos al espejo y sólo estamos ahí para enfrentar el calor, la hostilidad, la sequía, la irracionalidad, la soberbia con la que nos conducimos, el desenfreno o la ansiedad que nos paraliza y nos impide enfrentar los más terribles miedos. Deliramos.
Y no es tan sencillo de aceptar, pues todos lo hacemos, pero debemos reconocer que cuando una sociedad enfrenta una situación adversa, más se adentra en un mundo mágico para protegerse de esa realidad o simplemente abstraerse. Los seres humanos tendemos a delirar cuando hay una problemática real que se tiene que revolver. En Estados Unidos, un país que carga con adicciones, soledad, asesinatos colectivos de jóvenes, entre otros problemas, la creencia en los extraterrestres es más notable. Hay más personas que aseguran haber sido abducidas por seres de otros planetas; hasta películas sobre este tema han sido dignas de un Oscar. Aquí no se trata de juzgar si es bueno o malo, o si toda una sociedad necesita ser internada en un psiquiátrico; lo cierto es que todos deliramos, como cuando nos da una fiebre muy intensa e hilamos palabras que parecen sin sentido.
Un delirio es una creencia o idea falsa, firme y sostenida, que no cambia aunque haya pruebas claras en su contra. No es simplemente una opinión equivocada, es una convicción profunda que escapa de toda lógica. ¿Deliramos? Sí, todos lo hacemos. Alguien nos persigue, fuimos bordados por la mano de Dios y somos poderosos, tenemos una misión divina, tenemos un padecimiento que ningún médico puede diagnosticar, somos el centro de atención de todos, o bien para nadie somos importantes. Y esto ocupa gran parte de nuestro tiempo y mentes.
Las grandes obras de arte y literarias, las terribles guerras o los peores fraudes de la historia moderna han estado fincados en personajes delirantes. No me atrevería a juzgar si es bueno o malo, porque lo cierto es que debemos hacerlo consciente para no perdernos en el camino.
Otra arista:
Crítica delirante.
Murmullos asonantes revolotean mis oídos, aniquilan las ideas con sus frases incesantes. Frías de esencia, mordaces y delirantes se fermentan en su aliento, cual moscas de julio imposibles de mente, imposibles de agua.
Y secas de alma con palabras insultas, con figuras caóticas que hacen cerrar mis ojos y frenar palabras en mi boca.
¡Qué tanto escuchar estolideces novelescas, tiritando en el viento nítidas arabescas!
Pareciese que inteligencia poseen las criaturas, pero sólo absurdos salen de sus figuras.
Pero arpías en el fango descubren todos los días sus sinsabores, que se esconden tras el alba de sus monstruosas femeninas críticas.
Dejémoslo en autor desconocido…