En 1939 se estrenó en Estados Unidos una película titulada Mr. Smith gesto Washington. Se trata de un filme dirigido por Frank Capra, actuado por James Stewart y que la Biblioteca del Congreso de ese país considera digno de ser preservado por ser un filme" cultural, histórica y estéticamente significativo". El personaje central es un joven idealista Jefferson Smith, un joven idealista honrado, sencillo, que tiene en Lincoln a su héroe político y que gusta de involucrarse en actividades comunitarias. De forma inesperadamente Smithes nombrado por el gobernador de su estado ocupante de la curul de un senador que acaba de morir. Sin tener una visión realista del mundo al que va a ingresar el personaje llega a Washington dispuesto a conducirse según su idea del "recto proceder". Ya en el senado, Smith se ve enfrentado al poder caciquil y a los intereses de los hombres del dinero de su estado al no apoyar y denunciar una trama de corrupción en torno a la construcción de una gran presa. El joven senador idealista rechaza las ofertas de los poderes reales que buscan comprar su aquiescencia en el esquema de corrupción y en represalia se ve sometido a una brutal campaña de desprestigio tanto en la prensa como en la radio y que busca acabarlo políticamente. Al final, y como era entonces la regla en Hollywood, esa alma pura está a punto de ser política y moralmente destruido cuando otra buena conciencia le echa la mano, el bien se impone y el mal pierde. Obviamente ese Smith representa el triunfo no sólo de la verdad sobre el engaño sino, sobre todo, el triunfo de los ideales éticos norteamericanos.
Pues bien, hoy la realidad está que ni mandada a hacer para rodar otro posible gran filme, pero sin recurrir a la ficción, sino basado estrictamente en hechos reales y donde la trama y el final podría ser justamente el reverso de lo que acontece en la obra de Capra. Así, en un hipotético Mr. Trump goesto Washington, el protagonista sería todo lo contrario al héroe de Capray en cambio, sería un discípulo avanzado de Maquiavelo. Naturalmente la trama tendría que el engaño sí puede funcionar, que la corrupción inteligentemente administrada si puede llevar a alguien la cima del poder, que la plutocracia sí puede legitimarse y consolidarse vía las urnas y que los intereses del famoso 1% más rico de la población sí pueden imponerse sobre los del 99% restante.
En fin, que en el contexto norteamericano actual una política realista y distópica estaría más cercano a la realidad que esa utopía puritana que el clérigo John Winthropelaboro y presento ante sus seguidores cuando dieron inicio al esfuerzo que les llevaría a fundaren Boston una City Uponthe Hilly que sería también el arranque de los futuros Estados Unidos, supuestamente un modelo de comunidad cristiana y que, por estar expuesta a la mirada del resto del mundo, se convertiría en ejemplo para la humanidad entera. Ni duda cabe que Winthrop combinaba ambición con imaginación, pero no con realismo.
A casi cuatro siglos del discurso religioso-político de 1630 muchos de quienes a querer que no hoy vivimos a la sombra de la gran potencia imperial norteamericana estamos obligados por autodefensa a seguir de cerca y al detalle los procesos que tienen lugar en Estados Unidos, pero no necesariamente porque ese país sea un ejemplo que seguir sino porque las políticas que ahí se están diseñando y ejecutando pueden ser un peligro para proyectos nacionales como el nuestro. Y es que la inesperada y errática política tarifaria de Trump puede afectar negativamente ¡al 80% de lo que México vende al exterior!
Lo sorprendente y peligroso de la actual coyuntura internacional es ver en acción los efectos del enorme poder de decisión política concentrado en la presidencia norteamericana. De un plumazo, literalmente, desde su Oficina Oval Trump puede lo mismo cambiar el nombre del Golfo de México que afectar intereses económicos vitales de países o regiones enteras. Por ahora la capacidad y la voluntad del Capitolio en Washington, -el Poder legislativo de senadores y representantes-, para moderar a su contraparte presidencial pareciera haber desaparecido. Hoy las llamadas y muy publicitadas "ordenes ejecutivas" de Trump(centenar y medio más las que se acumulen) son ya el instrumento para intentar sin mayor trámite hacer realidad los deseos de del presidente. Y la conciencia de este de su capacidad para imponerse sobre el resto de los poderes le permite a Trump emplear un discurso particularmente directo e incluso brutal que lo mismo le sirve para proponerle a los canadienses que acepten sin más la absorción de su país por Estados Unidos, que sugerir la transformación de Gaza en un paraíso turístico administrado por norteamericanos y que a bombazo limpio Israel eche de ahí a los gazatíes que sobrevivan, que militarizar la frontera con México y sugerir a su presidenta que su ejército puede "ayudarle" a eliminar a los carteles del crimen organizado en su territorio, que permitirse gestos de infantilismo extremotal como publicar y difundir imágenes donde él, Trump, aparece como el Papa!y justamente cuando el mundo católico observa un duelo porel fallecimiento del verdadero Papa! En fin, que la lista de dichos y acciones del Ejecutivo norteamericano inesperadas, ofensivas y disfuncionales para el sistema internacional, es larga, sin precedentes y que no da señales de llegar a su fin.
Ahora bien, el estar obligados a ser observadores a la vez que objetos de las decisiones del actual presidente norteamericano no debe llevarnos a soslayar que la preocupación principal en este campo no debe ser Trump sino las razones por las cuales el personaje logró hacerse del control de la institución política clave de la principal potencia mundial. Estamos obligados a entender como esa sociedad que en el siglo XVII se imaginó la posibilidad de ser modelo político y moral llegó al punto de ser lo que es hoy: una gran potencia, pero no ejemplar.
Hay que partir del hecho que, política y socialmente, Estados Unidos es una sociedad claramente dividida: en 2024 el 49.80 del votó popular fue para Trump, pero el 48.32% para su antítesis, Kamala Harris, y un 35% simplemente optó por alejarse de las urnas. Vale la pena ahondar en el significado de un indicador: el nivel de estudios de los votantes. El promedio de quienes favorecieron a Trump tienen un nivel educativo y socioeconómico inferior alde aquellos que no le dieron su apoyo ¿Cómo explicar que los menos favorecidos educativa y económicamente vean como idóneo el liderazgo de un multimillonario cuya política fiscal busca favorecer descaradamente a los que más tienen, que mantiene como colaborador cercano al hombre más rico del planeta -Elon Mosk- y que la suma de las fortunas personales de los responsables de su administración asciende a 420 mil millones de dólares (US News and WorldReport, 20/04/25)?
El discurso presidencial populista de derecha de Trump ha explotado muy bien las filias y fobias de los blancos de la clase trabajadora con ingresos relativamente bajos. El trumpismo es el resentimiento de quienes no tuvieron oportunidad de tener un título universitario. Yes también el rechazo al activismo de las minorías raciales que abiertamente reclaman sus derechos a la sociedad mayoritaria- Es esas zonas donde se pueden encontrar algunas de las razones de la alianza entre Trump, el Partido Republicano y los blancos inseguros en su posición socioeconómica. Es en este tipo de consideraciones donde puede encontrarsela razón de ser del populismo de derecha que es el trumpismo.
En cualquier caso, lo que queda cada vez más claro es que fuera de Estados Unidos no son muchos los que ven en Trump y su gobierno un modelo a seguir. A la vez, hay tener en cuenta que en el país de Trump aún quedan personajes como el héroe de Capra. Tal es el caso del senador por Vermont, Berny Sanders, que está empeñado en despertar y movilizar a esa parte de la sociedad norteamericana que no se ha dejado encantar por el perverso flautista de Hamelin que hoy habita en la Casa Blanca.
https://lorenzomeyercossio.com/