El escritor inglés George Orwell (1903-1950) fue la gran conciencia moral del siglo XX. Su novela 1984 prefiguraba el universo totalitario soviético, pero, como han señalado en últimas fechas varios críticos, ha resultado profética para describir al ominoso México de hoy.
En Oceanía -el Estado colectivista de la novela, dominado por el fantasmal "Gran hermano"- existía el Ministerio de la Abundancia (encargado de la escasez), el Ministerio de la Paz (encargado de la guerra) y el Ministerio del Amor (encargado del odio).
En México -Estado en proceso de disolución, bajo la vigilancia de nuestro "Gran hermano"- todas esas misiones (y otras, como la autonomía energética, las comunicaciones para el pueblo, la salud danesa, la nueva educación, la protección ecológica, la justicia social, las elecciones más democráticas y, hasta hace poco, la fraterna seguridad) se concentran en el Ministerio de la Cuarta Transformación (encargado de la absoluta involución del país).
En Oceanía, ningún ministerio era tan importante como el Ministerio de la Verdad, cuya tarea consistía en imponer la mentira. La falsificación se aplicaba a los periódicos, los libros, revistas, folletos, carteles, películas, bandas sonoras, historietas para niños, fotografías.
En México, esta labor está a cargo del "Departamento de los otros datos". Toda estadística que lo contradiga es necesariamente falsa, por provenir de fuerzas contrarias al Pueblo. En Oceanía, la falsificación de la historia se normaba por este lema: "Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado". Para evitar que sus habitantes tuviesen conocimiento de su pasado y a partir de ahí controlaran su futuro, el partido se dedicaba a destruir toda noticia verdadera del pasado. Pero el partido no solo destruía el pasado: lo inventaba.
En México la versión morenista de esta aberración son los libros de texto gratuitos que envenenan a nuestros niños. Según ellos la llamada 4T es una hazaña a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
En Oceanía, los noticieros propagaban los "logros fenomenales" del régimen y omitían los desastres. Pero aun ese control era insuficiente. Por eso el Ministerio de la Verdad tenía agentes, ojos, escuchas, pantallas de televisión equipadas con sensores del pensamiento, del gesto, de la emoción.
En México, gracias a las nuevas leyes, los censores del régimen podrán, a discreción, imponer su verdad única a todos los noticieros, periódicos y revistas, los sitios de internet y hasta las cuentas individuales en las redes sociales. Adiós a la crítica, la sátira y la disidencia. Cada mensaje pasará por el escrutinio de quien sabe mejor que la sociedad lo que esta debe decir, pensar, creer y sentir. Para colmo, los nuevos jueces a modo facilitarán ese trabajo de "depuración".
En Oceanía, el partido inventó el instrumento clave de dominación, la neolengua.
En México, podrían compilarse diccionarios con la neolengua de Morena. "No robar" es permiso para robar. "Gobiernos progresistas" son las dictaduras de Venezuela y Cuba. Pero baste recordar un neotérmino: a la destrucción del país se le llama "bienestar".
En Oceanía, el partido del Gran hermano sostenía simultáneamente dos opiniones sabiendo que eran contradictorias. Repudiaba la moralidad, mientras la invocaba.
En México, se repudia el neoliberalismo, pero se defiende el T-MEC.
En Oceanía, "Dios es poder". El objeto de todo aquel mecanismo era uno solo: el poder. ¿Cómo ejerce el poder un hombre sobre otro? "No basta con la obediencia. El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por él".
En México, ¿qué ha hecho Morena con el poder? Ejercerlo para supeditar a los otros poderes, acosar a la crítica y destruir la institucionalidad de dos siglos. Ejercerlo para infligir dolor enmascarado de justicia social, servidumbre vendida como liberación del Pueblo.
En Oceanía, el fundamento es el odio: "Nuestra civilización se funda en el odio".
En México, el fundamento es el resentimiento. En la neolengua morenista, a esa corrupción de la moral se le llama "humanismo mexicano".
En Oceanía como en México, el designio es el control total de los individuos. Aquella pesadilla era imaginaria, la nuestra es real. Urge despertar. Es preciso convocar a la resistencia pacífica de la ciudadanía y a su organización electoral rumbo al 2027. No mañana: hoy.