Las religiones tienen como elementos comunes una doctrina o explicación cosmogónica y teogónica, una moral o prescripción del comportamiento coherente con la doctrina, y una serie de ritos que constituyen el culto a la divinidad que reconocen.
El primer elemento (doctrina) está compuesto por mitos y misterios, es decir, proposiciones no explicadas porque, según los autores religiosos, los fenómenos de esta índole están por encima de la capacidad humana para ser comprendidos.
La palabra mito encuentra su origen en el griego Mythós, en alusión a un relato o cuento. El conjunto de narraciones en las antiguas tradiciones culturales se denomina mitología. Cuando usamos estas palabras generalmente aludimos a cierto tipo de ficción que contiene relatos fantásticos inadmisibles como verdad y los tomamos como ingenuos, pero así como hay un lenguaje cotidiano y uno poético, también hay un lenguaje mítico, que tiene metáforas no literarias, sino religiosas.
Las mitologías son variadas en la humanidad, pues conocemos las griegas, romanas, nórdicas, mayas y muchas más. Todas ellas explican de alguna manera el origen del universo y la jerarquía de los seres divinos, además describen la trascendencia de los individuos mediante una vida eterna, para unos aciaga como los griegos, o feliz, como afirmaban los nórdicos, aunque solamente para los guerreros.
Por lo general lo mitológico se contrasta con lo científico. Sin embargo, hemos entendido que no hay motivo razonable para contrastarlos porque se trata de dos tipos de conocimiento distintos y hasta distantes el uno del otro. Por ejemplo, en la Universidad Juárez del Estado de Durango se enseña la ciencia de la silvicultura, una serie de saberes científicos que tienen como finalidad explotar los bosques para obtener beneficios económicos en favor de una población, sin tener en cuenta al bosque mismo porque se le considera un objeto inanimado carente de personalidad o identidad. En cambio, los tepehuanes y los huicholes le reconocen al bosque una personalidad propia y lo veneran por los beneficios que de él reciben, lo respetan y tratan de conservarlo para que siga dándoles lo necesario para sobrevivir y convivir con él en armonía. Los chamanes explican todo lo anterior mediante la ingesta de peyote, que los lleva a un estado psíquico alterado llamado contemplación, es decir, un misterio que la ciencia no admite porque no es una verdad alcanzable con la razón.
En el ejemplo anterior, para los universitarios duranguenses el pensamiento de los indígenas es inadmisible y hasta contrario a toda razonabilidad, le asignan el adjetivo de mitológico y lo dejan fuera de una consideración seria para la explotación científica del entorno. Es aquí donde el mito se convierte en misterio, ya que la percepción del bosque entre los indígenas entraña más sabiduría y sentido de conservación ecológica y armónica que lo enseñado por la ciencia, que hasta ahora ha tenido como finalidad el aprovechamiento de los recursos naturales para el desarrollo económico, sin considerar los beneficios que el bosque pudiera ofrecer adicionalmente si se le respetara como hacen los huicholes y tepehuanes.
El mito, según algunos occidentales, es la ingenua mentira en la que caen los ignorantes, quienes además pierden la oportunidad del desarrollo económico mediante una explotación racional y científica de la naturaleza. A esta explicación/explotación, los hombres de cultura occidental le hemos llamado ciencia, pero también nos hemos dado cuenta de que además de la ciencia existe la sabiduría, que es el conocimiento por el cual le asignamos a cada cosa su lugar en la escala jerárquica del universo; también consideramos al ser humano como parte integral de él, que debe convivir con su entorno sin servirse de él irremediablemente.
Entonces, el mito es no una simple y cándida falsedad, más bien es una metáfora por medio de la cual algunas culturas explican sus cosmogonías y aplican la sabiduría proveniente de estos relatos para convivir con la naturaleza en una relación armónica lejos de toda depredación.
El mito ha sido desdeñado por los científicos, en cambio no todos los que se dedican a mitos y misterios y han alcanzado sabiduría menosprecian la ciencia, por el contrario, la aprovechan para armonizar sus acciones con el entorno.
Los científicos pueden excluir la religión por considerarla ingenua, pero los religiosos generalmente buscan la sabiduría, sin necesariamente prescindir de la ciencia.