Humilde flor es el geranio. Carece del prestigio de la rosa, de las tradiciones que rodean al clavel, del romanticismo del nomeolvides, de la gala literaria y musical de las camelias.
Aun así en mi jardín florecen los geranios, y su aroma perfuma mis recuerdos. El geranio era la flor predilecta de mamá Lata, doña Liberata, mi abuela materna. Cuidaba sus macetas con esmero, y les hablaba a las flores como a hijas:
-¿Tienes sed, hermosa? Tómate esta agüita.
En un centro comercial de Brownsville, Texas, había una exposición de pinturas. Vi un pequeño cuadro que mostraba un ramillete de geranios. Al punto lo compré. Me dijo la encargada:
-No sabe el gusto que le va a dar a la pintora de este cuadro el que usted lo haya comprado. La señora tiene 90 años. Es el primer cuadro que pinta, y el primero que se vende en esta exposición.
Más gusto sentí yo al oír eso. He aquí un perfume más que en mi vida han puesto los geranios.