Pese a sus muchos años no se ha apagado en el caballero sevillano el deseo de la mujer. Una muy bella dama le hace la caridad de ayudarle a sedar esa concupiscencia. Es diestra la señora en caricias y en imaginación. Su amor le da a Don Juan lo que la edad le quitó. Él le dice:
-Compadezco al hombre que no haya tenido en su vida a una mujer como tú.
Ella sonríe, y reclina la cabeza en el hombro del provecto hidalgo. Don Juan se pregunta si será propio darle gracias a Dios por esa compañía, y por los gozos que recibe de ella. Ha leído a fray Luis de León, a Santa Teresa de Ávila, a San Juan de la Cruz, y no recuerda haber hallado en su lectura algún texto que le sirva de justificación. Aun así, eleva su agradecimiento a las alturas.
Su gratitud está puesta en razón.
La lujuria deja de ser pecado cuando la acompaña el amor.