Llegó sin previo aviso y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el número uno.
Siempre he desconfiado de quienes dicen ser el número uno. Generalmente son el número 987, 1525 o 3922. Así, cuando el número uno me dijo que era el número uno, desconfié de él.
De seguro notó mi desconfianza, porque me preguntó:
-¿Soy el número uno en decirle que soy el número uno?
Le respondí:
-Muchos me lo han dicho antes que usted. Hay muchos números uno. Pero todos son nada sin el dos, el tres, el cuatro, y así sucesivamente.
Mis palabras deben haberle calado, porque no dijo más y se retiró en silencio. Por mi parte me quedé pensando que, al igual que los números, todos los hombres son nada sin los demás hombres.