Los incrédulos le pidieron un milagro a San Virila:
-¿Por qué no haces que el río fluya cauce arriba?
San Virila podía hacer que el río fluyera cauce arriba. Un pequeño movimiento de su mano y las aguas habrían empezado a correr en dirección contraria. Pero Virila resistió la tentación de la soberbia, que es la más peligrosa de las tentaciones, y no hizo aquel mínimo ademán. Así, gracias a él, siguió operando el milagro mayor del universo, que es el de las leyes de la Naturaleza, dictadas por el Creador desde el principio de todos los tiempos para bien de sus criaturas.
Los hombres no supieron eso, y se burlaron de Virila. Pero el santo se alejó sonriendo. Sabía que acababa de hacer el milagro mayor que cualquier hombre -y cualquier santo- puede hacer: respetar a la Naturaleza.