Este amigo mío con el que tomo la copa -varias- los martes por la noche dijo ayer:
-Admiro a los ateos. Son muy valientes. Aunque no tienen a quién temer, tampoco disponen de un asidero para los tiempos de tormenta o sufrimiento. El creyente, en cambio, posee la fe, esa virtud que permite ver donde los demás no ven. Tiene a quién pedir, y a quién dar las gracias por lo recibido.
Le pregunto con el atrevimiento que dan dos o tres copas de vino:
-Y tú ¿eres ateo o creyente?
Me responde con el atrevimiento que dos o tres copas de vino dan:
-50 y 50.
¡Hasta mañana!...