"EL COLIBRÍ ES EL ECO DE UNA ESMERALDA".
La frase pertenece a Emily Dickinson, poeta estadounidense.
El colibrí es tan leve que cuando se posa sobre una rama la rama pesa menos.
El aire desconoce la existencia del colibrí: vuela tan rápido que no lo siente pasar. Ilusión irisada, ahora lo ves y ahora no lo ves. Quién sabe si estuvo aquí o imaginaste que aquí estuvo.
Ayer un colibrí llegó a mi jardín y lo hizo más grande y más hermoso. Yo me esforcé en dejar de parpadear, en dejar de respirar, en dejar de ser. No quería asustarlo. Temía que se fuera. Pero se fue después de unos instantes. Algo tan bello como el colibrí es efímero. Algo tan bello como el colibrí es eterno.
Doy gracias al Misterio por el colibrí.
Doy gracias a la vida por el colibrí.
Doy gracias al colibrí por el colibrí.
CAÍMOS EN LA TRAMPA
En la actualidad vivimos con nuevos paradigmas respecto de los roles de hombres y mujeres. Pasamos de funciones muy claras y establecidas, a distintas posibilidades, independientemente de que tanto hombres como mujeres tenemos capacidad para desempeñarnos dentro y fuera del hogar, aun con nuestras diferencias.
Hoy las madres de tiempo completo están en peligro de extinción, y continúan siendo poco valoradas. La crítica venía de la creencia de que el proveedor tenía la autoridad y, no pocas veces, además ejercía violencia económica y hasta de otros tipos. Con justa razón se generó la emancipación femenina por parte de aquellas que no quisieron tolerar abusos y, sabedoras de su capacidad para producir recursos, asumieron parte o toda la responsabilidad económica familiar.
Incluso en circunstancias de parejas bien avenidas, con una dinámica familiar en que ambos trabajan remuneradamente, y pese a compartir las labores domésticas, existe una realidad insoslayable cuando hay hijos: las mamás han dejado los hogares sin esa alma que antes tenían; las madres -y a veces también las abuelas- eran quienes daba la batalla en la trinchera, brindaban el olor y sabor a hogar.
Nos creímos la falacia de que el desarrollo de la mujer era la realización profesional y, para ello había que sumarse a la fuerza laboral tal y como los varones: de tiempo completo. Socialmente, la economía impuso que la mujer valía en tanto aportara dinero. Se privilegió el consumo para suplir con aparatos y asistencia en casa lo que antes ella proveía.
Los avances tecnológicos facilitan muchas cosas (al grado de que hasta provocan adicción), pero jamás reemplazan la presencia de los padres para los hijos, porque ese "tiempo de calidad" con el que pretendemos calmar la angustia de no haber estado, tiene un mínimo que no siempre se logra.
La equidad real, pensada para el bienestar social, no era que la mujer saliera a trabajar y cuidara, como pudiera, de las labores domésticas y de los hijos, sino que el ingreso por ocho horas de trabajo permitiera solventar a la familia: cada cual laboraría cuatro horas en tiempos que permitieran cuidar del hogar y de los hijos para que el núcleo familiar siguiera desarrollándose armoniosamente y, sobre todo, bajo el cobijo de los padres, más allá de lo económico.
El varón ya no es el único ausente en la crianza, su papel se ha modificado menos que el femenino, al que se le sumó la carga laboral a cambio de ser ayudada por su pareja. Tan importante es el desarrollo de ellos como el de ellas, pero igualmente necesaria la procuración de ambos dentro del hogar.
Con mayor frecuencia vemos hijos creciendo con más comodidades, aunque carentes de lo elementalmente gratuito: presencia y guía de los padres. En la crianza no todos logran malabarear las responsabilidades y resultan ser malos socios matrimoniales, por eso no es casualidad que se prefiera tener mascotas que hijos, sin vislumbrar la vejez que podrían vivir al carecer de familia propia. Se ganó la lucha laboral, pero ¡a qué precio!