Este pariente mío era hombre guapo. Alto, fornido, bien plantado, tenía tez morena y ojos verdes.
Además era fácil de palabra, conceptuoso. Disponía, entonces, de todas las herramientas necesarias para ser un seductor. Y lo era. En cuestión de mujeres donde ponía el ojo ponía la bala. Y era tirador asiduo.
Yo, muchachillo adolescente, lo admiraba en secreto. Los tíos murmuraban en voz baja, quizá con un dejo de envidia, que tenía tres esposas y tres familias, pues con las tres señoras procreó hijos.
Eso, sin embargo, no era lo extraordinario. En aquel tiempo se acostumbraba mucho lo de la casa grande y la casa chica, y no eran pocos los másculos que se las arreglaban para tener también casa mediana. Lo notable de este caso es que las tres señoras y sus respectivas proles se conocían entre sí, y llevaban buena relación. Cuando murió mi pariente las tres esposas se consolaron unas a otras en el velorio, y sus numerosos hijos lo lloraron juntos.
No lo pongo como ejemplo. Admito que su vida fue poco edificante. Pero me pregunto cómo logró hacer lo que hizo. Se lo preguntaré a algún experto en relaciones humanas.
¡Hasta mañana!...