Siento una extraña fascinación por la historia de la Segunda Guerra.
Es explicable eso: tengo recuerdos del conflicto. Me veo, niño de 7 años, llegando con mi papá a la casa del abuelo. Están los tíos en la cocina, con un periódico sobre la mesa. Cuando entramos le dicen a mi padre: "Se suicidó Hitler".
Hacía yo mis tareas escolares a la luz de una lámpara de querosén, porque había apagones para ahorrar energía eléctrica. Estábamos orgullosos, pues México participaba en la guerra con el Escuadrón 201, de aviadores, cuyo comandante era el general Antonio Cárdenas Rodríguez, originario de General Cepeda, Coahuila, donde vivió mi madre.
Se ha dicho que la lucha contra el Eje fue la última guerra justa. Ahora me conturbo al pensar si acaso mi vida, que empezó con una guerra, acabará en medio de otra. Hace tiempo la amada eterna hizo poner al lado de la puerta de entrada a nuestra casa un pequeño mosaico que recibe a los visitantes con el saludo franciscano: Pax et bonum. Paz y bien. Por desgracia parece ser que el mundo está condenado desde siempre a no tener ni una cosa ni la otra.