-Le tengo miedo a Dios.
Eso me dijo ayer este amigo mío con el que acostumbro tomar la copa -varias- los martes por la noche. Me contó:
-El cura de mi pueblo encendía una vela y hacía que los niños del catecismo fuéramos pasando uno por uno y pusiéramos un dedo en la llama. Lo retirábamos de inmediato, claro. Y nos decía el sacerdote:
-Si no pueden aguantar este fuego, imaginen el que arde en el infierno. Ahí arderán ustedes toda la eternidad si no cumplen los mandamientos de Dios y de la Iglesia.
Luego nos explicaba que la eternidad es como una bola de piedra mil millones de veces más grande que la Tierra. Cada mil millones de años pasaba una mosca y con el ala rozaba aquella enorme roca. Cuando a fuerza de pasar la mosca y rozarla aquella bola de piedra se partiera en dos, la eternidad ni siquiera habría empezado todavía. Y nosotros estaríamos quemándonos en el infierno porque no fuimos a misa o nos portamos mal.
-Yo imaginaba a Dios -dijo mi amigo-, como un padre. Pero no un padre amoroso, bueno, sino castigador y cruel. Así lo imagino todavía. Y todavía me arde la quemadura de la vela.
¡Ah, este amigo mío! Cuando bebe recuerda cosas que debería olvidar.