Es cálida la noche en el Potrero. No ha llovido, y el viento anda en lo alto del monte Coahuilón y del cerro que llaman de las Ánimas. Por eso hoy no arde la leña en el fogón, cuya lumbre en las noches de frío nos calienta el cuerpo; por eso no se ve en la mesa la botella del mezcal serrano que en las noches de frío nos calienta el alma.
Aun así se prolonga la sobremesa tras la cena. Doña Rosa cuenta uno de los desaforados hechos de su esposo, don Abundio.
-Andaba tras los huesos de la Mema -se llamaba Anselma-, y le dijo que esa noche la esperaría en el carrizal. Haría como coyote para avisarle que ya había llegado. Llegó, y aulló dos o tres veces. Pero el que salió fue el papá con su escopeta. "Mejor vete, muchacho -le gritó a Abundio-, no sea que te lleves un rociada de postas en las nalgas. Yo también en mis tiempos fui coyote".
Reímos todos, menos don Abundio. Masculla por lo bajo:
-Vieja habladora.
Doña Rosa figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.