No sé si este amigo con quien tomo la copa -varias- los martes por la noche es un creyente que no cree muchas cosas o un descreído que muchas cosas cree. Ayer, por ejemplo, declaró:
-Desde niño dejé de creer en el infierno. El cura de San Juan nos decía que todos los protestantes se iban a condenar, pues fuera de la Iglesia no había salvación. Juanita, la criadita de la casa -el mismo cura me decía que mi mamá pasaría más tiempo en el purgatorio por haberla contratado-, era la mejor muchacha del mundo. No fumaba, no iba a bailes, y sus ratitos de descanso los dedicaba a leer la Biblia. ¿Cómo era posible que alguien tan buena como ella se fuera al infierno?
Concluye mi amigo:
-Si hay un infierno, debe ser para los que amenazan a su prójimo con el infierno.
Yo guardo silencio. He aprendido que es muy peligroso discutir acerca de temas religiosos. Por causa de la religión han muerto cientos de miles de cristianos, y los cristianos han matado a cientos de miles por no serlo. In vino veritas, decían los latinos. En el vino reside la verdad. En este momento el vino me lleva a preguntarme si la verdad residirá también en otras partes.
¡Hasta mañana!...