Sucesos hay que parecen invención de un humorista, pero que acontecieron en la realidad. Los creó esa gran comedianta -a veces gran trágica-, la vida.
El alcalde de cierto lugar de mi natal Coahuila gustaba mucho de la dulce pasta femenina. Una noche se hallaba en deleitosos juegos de colchón con una señora casada. En eso se oyó llegar al marido. Apenas tuvo tiempo el acamado de recoger su ropa y saltar por la barda del corral.
Cayó en el patio trasero de la otra casa en los momentos en que se celebraba ahí una carne asada con nutrida asistencia de invitados. Pasó entre ellos el alcalde cubriéndose como pudo lo que más necesitaba cubrir, al tiempo que iba diciendo, apenado pero sin olvidar la buena educación:
-Con permisito. Con permisito.
En adelante, cada vecino que iba a ver al munícipe en su oficina decía al entrar y salir de ella:
-Con permisito, señor presidente. Con permisito.