Cuando estamos en el rancho del Potrero la cocina de la casa es para nosotros el centro del universo. Por las noches, terminada la sabrosa cena campesina, una taza de té de yerbanís y una copita de mezcal serrano son lujos que los más poderosos personajes de este mundo no pueden disfrutar, y tampoco los del otro.
Hace unos días don Abundio relató un sucedido de doña Rosa, su mujer.
-Al día siguiente de nuestra noche de bodas me preguntó muy preocupada:
-Oiga: me gustó mucho lo que hicimos anoche.
¿Tendré que ir a confesarme?
Todos ríen, menos doña Rosa y yo. Ella se atufa, y yo me quedo pensando en los infames que convierten en pecados los goces que Dios puso en sus criaturas. Dice doña Rosa:
-Viejo hablador.
Yo no he dicho nada, de modo que eso se refiere a don Abundio. El viejo forma con índice y pulgarel signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.