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Más dudas y menos certezas

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Son tiempos de duda. Las viejas certezas se vuelven necedades. El ciclo global de ocho décadas da visos de haber llegado a su fin. Un ciclo global que nació con el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Un ciclo que se aceleró con el fin de la Guerra Fría en 1990. Sostener los paradigmas de la desaparecida hiperglobalización es tan necio como intentar volver a la realidad previa al ciclo que muere. Tal vez sea mejor abrazar la duda.

"El sistema económico internacional en el que han operado la mayoría de los países en los últimos 80 años se está reseteando, marcando el inicio de una nueva era para el mundo. Las normas existentes se están poniendo en tela de juicio, mientras que todavía no han surgido otras nuevas (...). Como resultado, se ha generado una incertidumbre epistémica y una imprevisibilidad en torno a las políticas que son los principales factores detrás de las perspectivas económicas", dice Pierre-Olivier Gourinchas, consejero del FMI, en un artículo reciente.

El precedente más cercano de la actual guerra comercial sólo podemos encontrarlo en la década de 1930. Y si en lo económico hay ecos, también los hay en la política y la geopolítica: auge de los extremismos, invasiones territoriales, xenofobia, limpiezas étnicas, etc. Pero tengamos cuidado: la historia nunca se repite, sólo rima. El círculo histórico que vemos de frente es más probable que tenga la forma de una espiral ascendente si nos movemos un poco de lugar. Debemos cambiar nuestra perspectiva. Nos enfrentamos ante lo desconocido. La incertidumbre es la nueva norma. Y dentro de ella, la duda puede ser aliada.

Dudar es un acto de humildad. Dudar ante la pregunta "¿qué sigue?". Hay tendencias, claro. Pero poco más. En mis artículos y conferencias he analizado y desmenuzado dichas tendencias. No son profecías, son simples trayectorias observables desde el presente con algunas resonancias en el pasado. Documentarse, conocer, saber… son imperativos para quien busque navegar las aguas turbulentas del cambio de época. Pero tal vez sea más imperativo ejercitar la templanza que nos permita aceptar lo desconocido. Es lo que nos propone el inversor Ray Dalio en su libro Principios para enfrentarse al nuevo orden mundial: "cualquiera de los éxitos que he podido tener a lo largo de mi carrera se debió más a saber cómo lidiar con lo desconocido que a lo que haya sabido. No es tanto lo que sabemos, sino cómo actuamos ante lo que no sabemos".

Dalio habla desde la trinchera del inversionista, pero su visión es aplicable a cualquier ámbito: empresa, gobierno, sociedad civil, familia, individuo. Su planteamiento abarca cuatro acciones. 1) Visualizar los peores escenarios posibles e intentar blindarse ante ellos. 2) Diversificar los activos lo más que se pueda, "el conejo inteligente tiene tres madrigueras". 3) Priorizar siempre el beneficio de largo plazo sobre el de corto plazo. 4) Ponerte siempre a prueba con personas más inteligentes que tú, gente que te haga dudar de tus certezas. Para mí, el cuarto es el punto más importante. En tiempos volátiles, convulsos, la duda es virtud.

En la película Cónclave, el decano Thomas Lawrence dicta uno de los discursos más interesantes del filme. "Hay un pecado al que le he llegado a tener por encima de todos los demás: la certeza. La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el gran enemigo de la tolerancia. Ni siquiera Cristo tenía certeza al final (...) Nuestra fe es algo vivo precisamente porque camina de la mano con la duda. Si sólo hubiera certeza y ninguna duda, no habría misterio y, por lo tanto, no habría necesidad de tener fe".

A quienes gustan de ver la fe y la ciencia como opuestos irreconciliables, puede resultar chocante que ambas tengan en la duda a la misma aliada. Así como sin duda no hay fe, tampoco hay ciencia sin duda. Quien no duda, no ve necesario indagar, comprobar. La duda es la base del sentimiento religioso y también del pensamiento científico. En su curso "¿Qué es filosofía?", el filósofo José Ortega y Gasset lo puso de manifiesto con claridad cuando habló de Descartes. "La duda metódica no es pues una aventura de la filosofía: es la filosofía misma percatándose de su propia y nativa condición (...). Sin dudar no hay probar, no hay saber".

Pero debemos caminar pese a la duda. O mejor dicho, debido a la duda, es menester andar. Reconocer, como Sócrates, que ignoramos lo que ignoramos, es la forma de avanzar hacia la siempre esquiva verdad. Es una carrera de resistencia. Habrá quien desee recibir un instructivo preciso para moverse en medio de las turbulencias. No lo hay. Lo que podemos tener son nociones, intuiciones. Nociones que producen más dudas. Dudas que nos llevan a nuevas intuiciones. Así caminamos. Así hemos evolucionado como especie. El secreto está en no tirar la toalla, aunque la tentación sea muy grande. Aferrarse a una cuentas certezas y no moverse más de ahí puede ser lo más parecido a la muerte intelectual y espiritual en vida.

La buena diplomacia, tan escasa en estos días, es un ejemplo de la batalla contra el desgaste a pesar de toda duda. Insistir en la paz, cuando los más poderosos quieren la guerra. Dialogar con todos, cuando los tiempos apuntan a la descalificación, la intolerancia, la cortedad de miras, la estrechez ética de quien cree poseer la verdad por encima de todos. Recuerdo una escena de la serie The Diplomat en la que el exembajador Hal Wyler pronuncia un discurso que creo resume la esencia de la labor diplomática. "La diplomacia no funciona (...). Es recibir un 'no' una y otra vez. La diplomacia nunca funciona… hasta que funciona. Una de las perogrulladas tontas de la política exterior es creer que hablar con tus enemigos los legítima. Hablen con todos (...). Fallen, y fallen de nuevo. Y levántense. Y fallen otra vez. Porque tal vez. Tal vez…"

El Papa Francisco no sólo fue el líder de la institución religiosa más grande y antigua del mundo. También fue un diplomático con todas las letras. Y hablaba de la duda. En una entrevista dijo que "las crisis de fe no son fracasos contra la fe. Por el contrario, revelan la necesidad y el deseo de entrar cada vez más en las profundidades del misterio de Dios. Una fe sin estas pruebas me hace dudar de que sea una fe verdadera". Es lógico pensar que Francisco también dudó. Sobre todo al ver el estado actual del mundo, sobre el cual se expresó cada vez que pudo. Bergoglio profesaba una fe que nunca fue ajena a las tribulaciones terrenas. Incluso propuso crear un nuevo orden económico global centrado en las personas y no en las ganancias del capital. Es decir, llamó a romper la certeza de que una economía sana sólo es aquella que crece sin límites. A ser creativos y valientes. La duda es el motor de la creatividad. La valentía encuentra en la duda su acicate. El llamado está ahí. Las dudas también. Caminemos, pues.

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