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Marina de Tavira, un tranvía actoral para tocar el límite

Sin duda eso es algo que Rogelio (Luévano) nos enseñó: ir hacia el límite. Y para hacer a Williams, para hacer a Blanche, hay que atreverse a tocar el límite, porque si no te quedas en un nivel muy superficial”.

Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.

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SAÚL RODRÍGUEZ

Ha tenido que buscar sus lentes para apreciar los detalles de una imagen impresa a blanco y negro. Marina de Tavira (Ciudad de México, 1974) está en el mezanine del Teatro Isauro Martínez y sostiene la hoja de papel con ambas manos. Observa. Intenta dar forma al rostro de un hombre que conoció hace tiempo. “¡Ay! ¡Qué joven!”, exclama al descubrir la mirada del fallecido director lagunero Rogelio Luévano, su maestro en Casa del Teatro. Luego sonríe, para sí misma, en un silencio… breve, muy breve. Un instante que rompe cuando la nostalgia le aviva la voz: “¡Ay, gracias! ¡Qué bonito!”. Rogelio fue fundamental en su formación, recuerda que le enseñó a tocar el límite sobre el escenario.

Se encuentra entre las 730 butacas vacías del recinto teatral más importante de La Laguna. La actriz ha concluido una rueda de prensa sobre la función de Un tranvía llamado deseo, la gran obra del realismo norteamericano escrita por Tennessee Williams que se presentará en Torreón el 2 de septiembre y donde interpreta a la mítica Blanche DuBois. La acompañaron el director Diego del Río, el productor David Castillo y el actor Rodrigo Vigora, quien encarna a Stanley Kowalski. Es una visita fugaz, de tan sólo unas horas. Por eso hay que actuar rápido, sacar el cuestionario, los apuntes, registrar un diálogo a contrarreloj; tan compleja es la brevedad que se eterniza.

“Esta obra es muy especial en muchos sentidos. Por supuesto, primero desde el texto. Sin duda es una obra icónica. No por nada, tanto Rodrigo como yo teníamos el deseo de algún día interpretar a estos personajes emblemáticos”.

Tennessee Williams estrenó Un tranvía llamado deseo el 3 de diciembre de 1947. Era un frío miércoles. El Teatro Ethel Barrymore, en la zona neoyorquina de Broadway, recibió a un elenco encabezado por los actores Jessica Tandy, Marlon Brando y Kim Hunter. Con la dirección de Elia Kazan, el público atestiguó la historia de Blanche DuBois, una atractiva, madura y desequilibrada mujer sureña que llega a Nueva Orleans para mudarse a casa de su hermana Stella y su cuñado Stanley. Blanche está arruinada, lo ha perdido todo; intenta hacer del pasado su patria. Mientras que Stanley —un excombatiente de la guerra, de origen polaco, violento y jugador, que suele golpear a su esposa embarazada— se irrita ante su presencia. Tennessee Williams muestra una tensión familiar, una lucha de clases. Aborda temas como el machismo y la misoginia como todo un adelantado a su época. Las crónicas narran que, cuando el telón cayó en Nueva York, el público se levantó en aplausos y ovaciones. Un año después, en 1948, la obra ganó el Premio Pulitzer en la categoría de Drama.

“Para mí, interpretar a un personaje como Blanche es un reto enorme. Es llegar a un punto muy importante de tu vida teatral. Es un personaje que es un laberinto, muy difícil de hacer, de describir. Por eso las grandes actrices que la han interpretado, a quienes les ofrendo un profundo homenaje, siempre dicen que meterse en él no sólo es una gran oportunidad como actriz, sino que verdaderamente es un pozo, un pozo infinito con múltiples posibilidades”.

Nominada al Premio Oscar en 2019, en la categoría Mejor Actriz de Reparto, por su participación en la película Roma (2018), de Alfonso Cuarón, Marina de Tavira heredó de su padre el amor por el teatro. Aunque él no pudo estudiar actuación formalmente, la empapó del arte escénico desde temprana edad. La actriz se preparó en el Núcleo de Estudios Teatrales, luego en Casa del Teatro. Ha participado en más de cuarenta puestas en escena y veinte largometrajes. Si el teatro es poesía que sale del libro para hacerse humana, como escribió García Lorca, para Marina de Tavira se trata del arte donde nos reconocemos unos a otros.

Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.
Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.

¿En qué momento del trabajo actoral termina la memoria, la instrucción de un dramaturgo, y comienza la imaginación de un actor?

Tengo un maestro, y dice que, cuando como actores y actrices nos enfrentamos a un texto, nos enfrentamos ante un hecho consumado; es decir, cuando el crimen ya se cometió. Y que de alguna manera nuestro trabajo es inductivo, al estilo Sherlock Holmes: cómo fue que ocurrió el crimen o el asesinato. Entonces, nos entregan un hecho consumado y nosotros tenemos que ir a la inversa, como tratando de entender cómo fue que esto pasó, cuáles son los antecedentes del personaje, cuál fue su historia, qué le pasó en la vida para tener que decir esas palabras. Digamos que las palabras son el crimen y nosotros tenemos que entender cómo fue que sucedió.

¿Qué te dice esta frase de Tennessee Williams: “El arte es una forma de anarquía y el teatro es una forma de arte"?

Sin duda pienso que el teatro es el arte por excelencia de la persona. Es el arte donde nos reconocemos unas a otras, unos a otros, como personas. Para mí, es el sitio de la colectividad, donde podemos amortiguar un poco la tremenda soledad que a veces sentimos, porque creo que todos y todas nos hemos sentido solos y solas. Y creo que, en este momento del mundo, aún más; nos la pasamos metidos en nuestra cajita, que es el celular, y desde ahí contemplamos todo, desde ahí nos relacionamos. Entonces, que el teatro todavía subsista… estoy convencida de que va a sobrevivir muchas generaciones más, si no es que nos va a sobrevivir a todos y todas, a la humanidad, porque es el arte de la persona, de lo colectivo.

¿Recuerdas tu primer encuentro con el arte de Tennessee Williams? ¿Qué te provocó este dramaturgo considerado uno de los grandes del siglo XX?

Es la primera vez que hago una obra de Tennessee Williams. Es la primera vez que encarno un personaje suyo, pero sin duda no es la primera vez que este dramaturgo me enriquece como persona y como actriz. Uno de los momentos que más disfruté en mi formación teatral fue cuando estudiamos lo que llamamos “el realismo norteamericano”. Esa corriente nos ha dado unos textos maravillosos: Largo viaje hacia la noche (1956), de Eugene O’Neil, o Todos eran mis hijos (1947) —que por cierto Diego del Río montó maravillosamente—, de Arthur Miller. Y creo que, cuando empecé a estudiar a Tennessee Williams, enseguida me atrapó. Sus personajes femeninos son alucinantes, su manera de poder retratar ese… ¡ah!, ese temblor que a veces se siente al ser mujer… ¡lo hace de una forma espectacular! Y lo mismo con sus personajes masculinos. Me encantó como dramaturgo. Me dio muchísimo cuando fui estudiante. También en algún momento fui asistente de dirección. Justamente, cuando murió mi maestro Rogelio Luévano, me quedé con su grupo de actores en formación. Fui asistente de la maestra que tomó el lugar del querido Rogelio y estábamos montando Verano y humo, de Tennessee Williams. Fue la única vez que he dirigido actores desde el lugar de la pedagogía. Me acabo de acordar.

Una característica de los personajes de Williams es que les gusta residir en el pasado. En Un tranvía llamado deseo, ¿cómo es la nostalgia donde habita Blanche DuBois?

¡Qué bonito lo que dices! Estoy totalmente de acuerdo. Blanche está totalmente atrapada en algo que ya se fue. De hecho, Diego del Río habla de Blanche en el prólogo, con un texto de su autoría, como la última sobreviviente de un mundo que ya desapareció. Y si pensamos en Tennessee Williams y el momento histórico en el que escribe esto, claro que Blanche representa ese último bastión de un mundo que no necesariamente era aspirable, digamos este mundo previo, donde existía una esclavitud, el mundo de las grandes haciendas y plantaciones de algodón, y de pronto Stanley Kowalski representa la nueva generación de migrantes, del sueño americano —mira, ahora qué importante hablar de migración—, que iban construyendo esa great America que tanto dicen. Williams también sumerge a sus personajes en el silencio, hasta que ya no pueden más y estallan.

Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.
Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.

En Blanche DuBois es posible detectarlo cuando se escucha al tranvía o a La varsoviana (canción revolucionaria polaca compuesta en 1883). ¿Esa tensión es fruto de sus contradicciones? Efectivamente, es un personaje lleno de contradicciones, adicciones, secretos. Empezaste hablando de eso y me gustó mucho: nunca termina de decir exactamente qué es lo que está sucediendo en su laberinto interno. Me recordaste otra frase de un maestro: “El personaje es la cárcel de la que la palabra se escapa”. Hablaste un poco de ese momento en el que ya no puedes soportar más el silencio y entonces viene un vómito y una verborrea de todo lo que le está pasando adentro. Y creo que esa es una característica de los personajes de Williams y, en general, del realismo norteamericano.

¿Qué te dice la violencia y el machismo que ejerce Stanley sobre Blanche y Stella?

Tomando en cuenta que él también es un personaje muy herido. Totalmente. Williams se estaba adelantando un poco a su tiempo en la denuncia sobre la misoginia, sobre la violencia doméstica y sobre la homofobia. Lo hace de una manera maravillosa, porque también nos presenta a un personaje muy humano, con sus propios dolores. Stanley Kowalski es un personaje que fue a la guerra, que tiene la herida de haber vivido la guerra y es algo que a veces nosotros nos preguntamos poco. Todas estas generaciones de hombres que vienen de haber vivido la guerra, de donde también se explica esa violencia que de pronto no saben contener, la violencia que se ejerce en estos jóvenes lanzados al horror de la guerra. Por otro lado, es un migrante que está intentando hacer la vida en el trabajo, pertenece a la clase trabajadora, y de repente Blanche llega desde la superioridad de una clase no trabajadora, con una incomprensión de lo que significa tener que ganarse la vida a ese nivel. Claro, ella también ya lo ha perdido todo, y también tuvo que vivir un infierno, porque está en la absoluta desolación. Ya es una desamparada, pero la vida no le dio las herramientas para sobrevivir, porque la educaron como una señorita a quien no permitieron tener los medios para vivir por sí misma, cosa que su hermana, a través de la relación con Stanley, ya entendió. Entonces, es una confrontación de clases, de perspectivas, de géneros. Es decir, una obra brillante.

La necesidad de Stanley por ganar y dominar parece estar relacionada con una sensación de derrota.

Yo creo que se siente profundamente derrotado. Es como un niño habitando en el cuerpo de un hombre. En ese cuerpo de toro que tiene, adentro hay un niño herido.

Sobre las heridas, en una entrevista anterior mencionaste: “Es poner tu propia herida al servicio del personaje”. ¿De qué manera lo aplicas?

Sí, yo sí creo, por lo menos como me formé y me he relacionado con mis personajes a lo largo de mi vida en el teatro... sí es desde un lado muy vivencial. Sí, mis experiencias las pongo al servicio del personaje. No tiene nada que ver con hacer psicodrama, ni con que esté hablando de mí en el escenario. Pero sí, son mis dolores los que pongo ahí, mis fantasmas, mis recuerdos, y los transformo para que después le pertenezcan al personaje. De alguna manera, también el haber vivido momentos de desolación, de tristeza profunda, tocar esos pozos en los que a veces te puede arrojar la depresión, que muchas y muchos conocemos y de lo cual se habla poco, porque de alguna manera es tabú… qué bueno que el teatro nos dé la oportunidad de poder hablar y que no nos sintamos solos y solas, porque es una obra que habla de salud mental. Todo eso, haber vivido todas esas tristezas y pérdidas en mi vida, sin duda son la materia con la que después construyo a los personajes.

Esto que describes me recuerda a que uno de tus maestros, Rogelio Luévano, mostraba su pasión de ir hasta las últimas consecuencias sobre el escenario. ¿Lo crees así?

Sí, exactamente, Rogelio hacía eso. Tenía ese gesto de decir: “va, va, va”. Así lo recuerdo. Y creo que saber llegar como actriz y actor hasta las últimas consecuencias es la tarea final de todo personaje. No tener reparo. Sin duda eso es algo que Rogelio nos enseñó: ir hacia el límite. Y para hacer a Williams y para hacer a Blanche, hay que atreverse a tocar el límite, porque si no te quedas en un nivel muy superficial.

En uno de sus diálogos, Blanche dice: “Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”. ¿Te genera algo esta frase?

Esa es una de sus frases icónicas, con la que se despide de escena y que todos recordamos. Te voy a decir que, en mi experiencia personal, recuerdo un día que me sentía muy triste en la vida, muy triste. No encontraba cómo salir de esa tristeza. Y fui a una librería, porque estaba buscando un libro (Elogio del riesgo, de Anne Dufourmantelle) que quizá me ayudara. Me acuerdo que el librero que trabajaba ahí me dijo: “No, no encuentro el libro”. Y después estaba muy atareado, había muchas personas y, de repente, de la nada, se voltea y me dice: “¿Sabes qué? Creo que hay uno, pero está en una bodega allá atrás”. Tenía muchas personas esperándolo, dejó lo que estaba haciendo y fue a buscar el libro. Me lo trajo y, en ese momento, algo de esa tristeza profunda que sentía se fue. Y pensé en la frase de Blanche. Todavía no sabía que algún día la iba a interpretar, pero pensé: “Siempre he dependido de la bondad de los extra - ños”. Creo que es una frase que no debemos echar en saco roto; hay que ser considerados y consid - eradas con las personas que nos encontramos en la calle, que nos topamos en un taxi o en el súper, porque, como decía Robin Williams, no sabemos las batallas que están librando adentro. Y esa bondad de los extraños, a veces, nos puede hacer el día o la semana.

Imagen. El Siglo de Torreón / Enrique Terrazas.
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El final de Blanche en Un tranvía llamado deseo parece recordarnos que todos vivimos una especie de ficción. Ella dice: “No quiero realismo, quiero magia”.

Sí, efectivamente se refugia en su propia invención del mundo, y en cómo quisiera que las cosas fueran. Otra frase de ella que es muy bonita: “No digo la verdad, sino lo que debería ser verdad”. Y también hay algo hermoso en eso, que tiene que ver con el teatro, que es el lugar de la magia. Ante el horror —que sin duda está ahí, cada generación lo ha tenido y ahorita lo estamos teniendo de una manera brutal—, hay que inventarnos una posi - bilidad de cómo podría ser el mundo y tratar de hacerla real.

Entonces, en el teatro de Tennessee Williams, ¿existen sombras igual de luminosas que la luz?

Puedo decir que es un mundo de luces y sombras, y que están presentes con la misma fuerza.

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