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Recuerdos de una vida olvidable

Manifestación de letras

MANUEL RIVERA

Sentarse frente a la pantalla en blanco de la computadora con la intención de organizar una marcha de letras y ver que después de varios minutos ni una sola responde a la convocatoria, invita a plantearles ciertas preguntas a manera de carnada, para que esos signos no resistan la tentación de manifestarse.

Las cuestiono entonces: ¿cuál es la frontera que separa a la nostalgia y el enojo; a la molestia por la crítica y la utilidad de ésta? Comienza así una cascada de recuerdos alimentada por letras incontinentes:

Llegan primero a mi memoria las imágenes del "periodicote" del norte del país en el que inicié mi carrera reporteril dentro de una cultura innovadora en su momento, que se distinguía por factores como salarios dignos, respeto a la libertad de expresión iniciando por la del reportero frente a la casa editora, capacitación continua, clara división entre las áreas comercial y editorial, y cero tolerancia a la corrupción.

La nostalgia me invade, lo reconozco, pero, tan pronto mis ojos observan la actualidad de esa empresa, el enojo me inunda cuando constato la deslealtad de una nueva generación con la historia de las decenas de personas que entregaron gran parte de su existencia para construir lo que hoy se desmorona.

Porque la vida de hoy es la suma de las vidas de ayer, debería ser irrenunciable la responsabilidad que tiene todo humano -incluyendo a quienes lucran con las siglas de algún partido político- con la herencia de sus antecesores, ya sea para conservarla o mejorarla. Difícilmente la historia mostrará etapas carentes de alguna aportación al pensamiento del hombre o de acervo carente de valor.

Encarreradas ya las letras antes desobedientes, dan ahora cuenta de mi integración en los 80 a la clase de periodismo impartida en la época de oro del "periodicote" por la doctora Mary Gardner, la primera mujer en doctorarse en esta materia en la Universidad de Minnesota, la primera de su género en ser profesora titular de la Escuela de Periodismo de la Universidad Estatal de Michigan y la primera presidenta de la Asociación para la Educación en Periodismo.

Su preparación y el respeto que se le tenía no fueron obstáculos para que el editor de la sección Local, don Ricardo Omaña, diera al traste con su orgullo por el sistema electoral estadounidense, el cual ella alababa por la rapidez con la que daba los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América. "Eso no es nada, doctora, en México sabemos quién será el presidente desde que lo 'destapa' el PRI".

Entre los recuerdos que tengo de la doctora está también el del día en el que, con absoluta seriedad, dijo a sus alumnos: "Si ustedes encuentran al director del periódico cometiendo un acto indebido, tienen la obligación de reportear el hecho para que sea publicado". En ese momento muchos dimos a esas palabras el carácter de instrucción acerca de una política editorial sin temor ni a la verdad ni a jerarquías.

Nunca supe de alguna conducta indebida del director, aunque debo señalar que una vez dejó fuera de la edición las fotografías que tomé a la mamá de uno de los más poderosos empresarios de Monterrey, cuando discutía con personal de la Comisión Federal de Electricidad que indiscriminadamente había podado varios árboles.

La señora no únicamente me brindó extraordinario trato, sino que, sin cobijarse en el poder económico y social que tenía, defendió una causa de interés general. La realidad del periódico como una empresa comercial fue seguramente la responsable de marcar esta excepción en la cobertura sin cortapisas.

Tal vez la libertad absoluta es una utopía que el individuo sólo puede convertir en realidad viviendo en total soledad.

Admitiendo que esto ya no es una manifestación de letras sino un tumulto, concluyo evocando la lección recibida en una plática de carácter político-paleontológico que sostuve en la misma época, cuando los "dinosaurios" querían extender su permanencia en la tierra.

"Permitir y hasta alentar la crítica, es mantener abierta una válvula que alivia la presión de la sociedad", postulaba un grupo de esa especie, del cual formaba parte don Juventino González Ramos, quien ya era diputado por el tricolor cuando nací y llegó a tener sobre su escritorio la figura de un dinosaurio que le obsequiaron sus colaboradores.

Ante la ausencia o espera de mayores resultados observables en la calidad de vida atribuibles al régimen, para que más mexicanos vivan en paz, con salud y oportunidades para el desarrollo del potencial de todos, quizá convendría considerar la función de la crítica para aliviar presiones, antes que limitar su desfogue.

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