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Entrevista

Los abismos de Pilar Quintana

En 2021 su obra Los abismos ganó el XXIV Premio Alfaguara de Novela. La pandemia por covid-19 azotaba al mundo con su halo de muerte y durante la rueda de prensa virtual afirmó con aplomo que la literatura ha sido su refugio, su selva dentro de casa.

La escritora Pilar Quintana, ganadora del premio de novela Alfaguara 2021, retratada por Carlos Zárrate.

La escritora Pilar Quintana, ganadora del premio de novela Alfaguara 2021, retratada por Carlos Zárrate.

SAÚL RODRÍGUEZ

Siempre hay un abismo frente a ella; siente el vértigo, la desesperación y el viento de su infancia caleña meciendo los mechones de su pelo crespo. Pilar Quintana (Cali, 1972) despliegan un lenguaje capaz de dialogar con sus fantasmas más profundos. Una valentía. Un coraje. Y a la vez la humildad de reconocer su sensibilidad ante los otros. Si la ficción literaria es capaz de forjar una especie de noria en la hondura del alma, hay que mantener el temple y atreverse a mirar en ella. 

En 2021 su obra Los abismos ganó el XXIV Premio Alfaguara de Novela. La pandemia por covid-19 azotaba al mundo con su halo de muerte. Pilar apareció en una pantalla de Zoom. Se había dado la noticia del fallo y durante la rueda de prensa virtual afirmó con aplomo que la literatura ha sido su refugio, su selva dentro de casa, un espacio abierto, el lugar donde puede experimentar la libertad al ser ella misma. 

“Cuando miras al abismo durante largo tiempo, el abismo te devuelve la mirada”. La frase está plasmada en el libro Más allá del bien y el mal (1886), del filósofo Friedrich Nietzsche. Multitud de interpretaciones desbordan su significado. Puede decirse que es una lección de autoconocimiento, una invitación para acercarse a esas cosas que duelen, a dialogar con nuestras heridas. Quizá por eso Pilar está de acuerdo: la cita nietzschiana bien puede abrazar a Claudia, la niña de nueve años que protagoniza su novela.

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Un vuelo la trajo al norte de México. Baja de la camioneta. Las nubes también han descendido. Siente la brisa de la neblina de Arteaga acariciarle el rostro. Ante el extraño fresco de mayo, celebra haber cargado con una chaqueta de mezclilla. Se arropa. Entonces entra al Centro Cultural Universitario sede de la vigésima séptima edición de la Feria Internacional del Libro Coahuila (FILC). El paisaje de estands y el mar de gente le es familiar. ¿A cuántas ferias de libro no ha asistido? Dice que recién huyó de la de Bogotá (FILBo), y que ante las prisas olvidó su termo en el aeropuerto El Dorado, que al regresar tal vez consulte en el área de objetos perdidos e intente recuperarlo para que no se convierta en recuerdo. 

La primera actividad de Pilar Quintana en la FILC es un diálogo titulado La ficción para comprender el mundo. Allí comparte mesa con el argentino Fabián Casas y la mexicana Karina Sosa. La moderación corrió a cargo de quien escribe estas líneas. Cuando a la caleña le llega el turno de tomar el micrófono, sus palabras trazan su tiempo. Y la proyectan como aquella niña que escribió un poema: un payaso tenía la cara pintada con una sonrisa, pero en realidad el histrión estaba triste, pues había pasado por una serie de tragedias —su madre había muerto, se había incendiado su casa—. “Imaginen las tragedias en las que puede pensar una niña de esa edad”. Pilar Quintana confiesa citar ese momento cada que le preguntan cómo inició en la literatura. 

—Aunque no tengo claro por qué, pero tiendo a pensar que esa niña era capaz de ver cómo era vivir en una ciudad donde la apariencia era lo más importante. 

Entonces, la colombiana decide hablar de Cali, la ciudad que la vio nacer, y la tercera más grande de Colombia. Acentúa su carácter provincial y los abismos existentes entre las distintas clases sociales, donde las apariencias cobran dimensiones exorbitantes. Las personas de su época eran casi obligadas a presentarse ante el mundo, y a reservarse lo que en realidad acontecía en su interior. Por eso optó por la escritura; fue el único lugar donde podía decir lo que pensaba sin sucumbir a los juicios. 

Pilar ha plasmado esa misma filosofía en Los abismos: Claudia vive con sus padres en un departamento colmado de plantas. Como toda familia, la suya contiene una crisis, una herida sin cicatrizar a punto de convertirse en grieta. Los problemas se acrecientan mientras Cali y sus montañas albergan taludes igual de abismales que una falla emocional. El amor se ha escondido en un rincón detrás de las palabras. Su madre en depresión, su padre en la indiferencia. Claudia es perseguida por sus pesadillas y miedos más profundos. Grita en su silencio, pero nadie la escucha. Le horroriza la posible muerte de sus seres queridos. Aprende que las mujeres no siempre eligen ser madres. Se topa con la infidelidad, con el suicidio y aquello que no se dice. “Mamá, ¿vos querés vivir?”. Ve las certezas de su infancia resquebrajarse, mientras afuera la selva despierta y el viento que entra al apartamento la hace levantarse como un verso de Paul Valéry. 

¿Cuál ha sido tu interés en el concepto del abismo?

Bueno, imagínate que cuando estaba en la primaria, vivíamos en las montañas de Cali y todos los días teníamos que agarrar una carretera llena de curvas para llevarme al colegio. Luego, por las tardes, volvíamos a subir por esa carretera que por las tardes podía llenarse de neblina. Entonces, es una carretera que todos los niños de Cali conocemos bien, pero a mí me tocaba recorrerla además todos los días. Es una carretera donde nos mareamos, donde todos los niños de Cali sufrimos. Pero especialmente para mí era terrorífica, porque alguna vez mi mamá me contó que ahí la mamá de unas amigas suyas había desaparecido. Muchos años después, treinta años después, encontraron el carro y el cuerpo. Pero durante toda mi infancia, esa carretera pobló mis pesadillas. Creo que todos los niños tenemos miedo de que nuestros papás se mueran. Para mí, ese miedo estaba alimentado por esa carretera llena de neblina; cuando mis papás salían, yo me asustaba pensando en si iban o no a volver. Tuvieron que pasar cuarenta años para que yo le hiciera una terapia a ese miedo de la infancia en esta novela. 

Las escritoras colombianas Pilar Quintana y Piedad Bonnett participan en un conversatorio en la XXXVII Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo 2025). Foto: EFE
Las escritoras colombianas Pilar Quintana y Piedad Bonnett participan en un conversatorio en la XXXVII Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo 2025). Foto: EFE

Tu ciudad natal es también la de tus personajes, ¿qué abismo representa Cali? 

Cuando estaba escribiendo la novela tenía el abismo geográfico, que era ese, pero luego vi que en el apartamento también había una escalera y que, desde la óptica de una niña, podía verse como un abismo. Cuando acabé una primera versión se la di a leer a un amigo. En ese momento la novela se llamaba El abismo. Y él me dice: “El abismo que más me gustó de la novela no era el geográfico, sino el abismo que había en la familia”. Le dije: “Gracias”. Me fui a escribir un segundo borrador alimentando esa idea, de que esos silencios de la familia eran el abismo más grande de toda la novela. Creo que los latinoamericanos tenemos fama de ser alegres, festivos, de que hablamos y somos ruidosos —y puede ser cierto, especialmente para los colombianos de tierra caliente—. Quizás hablamos de muchas cosas, pero en las familias también hay silencios enormes, porque no se habla de lo que en realidad necesita decirse; ese era el abismo que quería retratar acá en esta novela. 

Al comienzo de la novela muestras las historias del padre y la madre de Claudia: sus heridas, sus dolores, sus silencios. A pesar de ser adultos, ¿son conscientes de sus propios abismos? 

¡Uf! Esta novela transcurre en la Cali de antes de 1985, en los primeros años de los ochenta. Yo soy una niña de esa generación; nací en 1972, entonces crecí y me hice grande en los ochenta. Y creo que es una novela también sobre la soledad de esa infancia. Tenemos unos padres que no iban a terapia, que no atendían sus propias necesidades emocionales y que quizá por ello tampoco podían atender las necesidades emocionales de los niños. Quizá muchas personas, me atrevería a decir que de mi generación, crecimos con unos padres que hacían lo mejor que podían, pero que no eran tan conscientes de sus propios problemas ni querían mirarlos. Mira, mi papá es médico. Ahora está viejo y un día le dije: “¿Por qué no vas con una psicóloga?”. Su respuesta fue: “¿Acaso estoy loco?”. Y creo que es la actitud de las personas de esa generación. 

Ante los problemas que surgen en su familia, Claudia empieza a cuestionar el mundo. ¿Hay sabiduría albergada en su inocencia? 

Mira, solemos oír que la infancia es la etapa más feliz de la vida. Claro que en mi infancia había felicidad, pero estaba poblada también de miedo, de dolores. En todas las infancias hay un momento donde se rompe lo que creíamos. Tenemos esa inocencia, de repente empezamos a ver unas grietas en la pared y creo que esas grietas son por donde nos hacemos adultos; se rompe la inocencia. Esto ocurre, a veces en la adolescencia, a veces mucho más temprano. Claudia está en ese momento. Este es un libro sobre el momento en que se rompe su inocencia. Ella nos muestra cómo la infancia no es una etapa feliz; como todas las etapas de la vida está llena de dolores, miedos y procesos complejos. Tendemos a subestimar a los niños y pensar que no se dan cuenta de lo que está pasando; ellos se dan cuenta de todo y creo que eso nos muestra Claudia. 

Foto: EFE/ Francisco Guasco
Foto: EFE/ Francisco Guasco

Tal vez no hay acto más sabio que un niño que se atreve a preguntar para entender el mundo. 

Sí, absolutamente. Los abismos es una novela que no está narrada por la niña, por Claudia, pero sí quizá por Claudia cuando ya es adulta. Sólo que de ese personaje narrador no conocemos nada, pero se pone en el lugar de la niña que fue y desde ese lugar mira el mundo. 

¿Entonces Claudia compagina con la frase de Nietzsche: “Cuando miras al abismo durante largo tiempo, el abismo te devuelve la mirada”? 

Absolutamente, desde el epígrafe lo podemos ver. Vamos a leer un poco: “Mi alma se precipita por un abismo negro y repugnante que me penetra viscoso por la boca, por los oídos, por la nariz”. Es de Fernando Iwasaki, de un cuento que se llama “El extraño”. Y absolutamente, no vamos a hacer mucho espóiler, pero creo que ese es el gran descubrimiento de Claudia: el abismo que cree afuera, quizá empieza a incorporársele y a llevarlo por dentro, como lo han llevado las mujeres de su generación. 

Hablando de esas mujeres, ¿qué se puede comentar del abismo que para Claudia representa su propia madre? 

En este libro examinamos, desde el punto de vista de una niña, la maternidad de una mujer a la que si le preguntás, quizá te diría que no quería ser madre. Pasa que pertenece a una generación donde ya las mujeres podían divorciarse, ir a la universidad, pero no estaba del todo bien visto que su ambición fuera el trabajo, sino que todavía se debían a la familia, a los hijos, al esposo. Mi mamá perteneció a las mujeres de esa generación y creo que algunas, si no muchas, llegaron a la maternidad sin siquiera hacerse la pregunta de si querían ser madres. A las mujeres de esa generación era lo que les tocaba hacer. Y a las malas, ya siendo madres, ¿cuántas descubrieron que el lugar de la maternidad no era para ellas? Aquí estamos examinando la soledad de una niña, hija de una madre que quizá no tuvo la oportunidad de elegir ser madre y que al serlo se da cuenta de que tal vez no está cómoda en ese lugar. 

¿Los abismos se heredan, Pilar? 

Yo creo que sí. En esta novela pensé mucho que nosotros heredamos el color de los ojos, la enfermedad, la diabetes, la forma de caminar, la forma de hablar de antepasados que incluso no conocimos. De repente un abuelo tuyo ya estaba muerto cuando naciste, pero te dicen: “Caminas igualito a tu abuelo”, ¿verdad? Y es mágico cómo puede producirse eso. Pero no sólo heredamos el ADN, sino también la historia de la familia, esa historia viene con nosotros. Y en Los abismos está esa idea. Claudia no conoce a sus abuelos. Están las fotos de sus abuelos en la pared. Ella los observa. Quiere saber mucho sobre ellos. Es como una forma de entender su propia historia, que también es la historia de ellos. 

Una escena impactante es cuando Claudia le dice a sus padres que su muñeca favorita se ha suicidado. Parece entonces que otro abismo se devela. 

Creo que es una medida desesperada. Claudia da muchos gritos de auxilio, pero nadie la oye y a nadie le interesa. Estamos en los ochenta, en una época donde los derechos de los niños ya existían, pero los niños y los animales eran considerados inferiores y no se les atendía. Esa es la experiencia de Claudia, quien está desatendida en una familia en crisis y donde se hablan muchas cosas, pero no de lo que ella necesita saber, que precisamente es de la crisis. Nadie le dice: “Mirá, lo que está pasando entre tus papás es esto y esto, vamos a solucionarlo”. Nadie le dice eso. Ella se apega mucho a Paulina, que es su muñeca, y a través de Paulina puede conversar, poner en escena sus miedos; puede sacar eso que está sintiendo, pero que debe callar porque nadie le deja decir, porque tampoco nadie lo habla. Y cuando toma esta decisión terrible, en el último cuarto de la novela, por fin es atendida. Entonces, ella tiene que sacrificar lo segundo que más quiere, para ganar por fin lo primero que más quiere, que es que la miren. 

Respecto a los miedos que tiene Claudia, sobre todo tras ser expuesta a la muerte de dos mujeres, ¿cómo marcan la transición que vive tras pasar de la infancia a la pubertad? Lo pregunto porque cuando la familia sale a las afueras de Cali, Claudia se para frente a un abismo y después comenta: “Pensé en las mujeres muertas. Asomarse a un precipicio era mirar en sus ojos”. 

Sí, claro, Claudia está descubriendo el horror, que la vida no es sólo florecitas y mariposas, que las familias no sólo son felices, que su mamá no es sólo una mamá, sino que es una mujer compleja y que quizá ella fue una niña no deseada, algo que para ella era impensable. Está descubriendo esas grietas, el horror. Me pregunto si lo que nos dice la novela es una forma de incorporar el horror. 

Los relieves presentes en el apartamento, las montañas de Cali, la propia ciudad, ¿los pensaste como metáforas de los abismos personales en cada uno de tus personajes? 

Yo tenía una novela que transcurría la mayor parte en Cali y luego se iba para las montañas. Entonces estaba ese abismo geográfico, espantoso, el de mis pesadillas infantiles. Y luego, poco a poco, al trabajar los borradores de la novela, fui descubriendo que ese no era el único y ahondé en esa noción del abismo. Ahí descubrí la novela; al irle añadiendo capas a ese abismo. Fue cuando la novela de verdad terminó de armarse. 

Foto: EFE
Foto: EFE

¿Sentiste vértigo cuando escribiste la novela? 

Mucho vértigo. Además tuve que revivir ciertas sensaciones de infancia. Digamos la sensación del brinca brinca, cuando se siente la bolita en el estómago. También la sensación cruda del abismo. Cuando nos asomamos al abismo sentimos una profunda atracción hacia él, pero también una repulsión, y creo que ese es el miedo. El miedo que nos da no es a caernos, sino que frente al abismo nos damos cuenta de que somos dueños de nuestra propia vida; podemos dar el paso, saltar y se acabó todo. Eso es el poder de un dios. Claudia se da cuenta de eso y de que su mamá, que está atrapada en un matrimonio y en una vida que no eligió, piensa en liberarse, pero que quizá para ella la liberación no es huir ni reconstruirse, sino que la única huida posible quizá es la muerte. Claudia está con una madre que tiene rinitis, pero todos, al leer la novela, sabemos que no tiene eso, sino tristeza, depresión, una enfermedad más profunda. Y Claudia se da cuenta de ello. Ese es su peor horror, que su mamá tome la decisión definitiva. 

Siendo latinoamericanos, ¿qué nos falta como sociedad para convivir con nuestros abismos? ¿Debemos conocerlos, enfrentarnos a ellos? 

Yo creo que ya los individuos de Latinoamérica estamos entendiendo la importancia de examinarnos e ir a terapia. Pero nos falta hacer una gran terapia colectiva. Sobre todo pienso en México o en Colombia, que somos países donde arrastramos una tradición violenta muy grande, una tierra terrible, desaparecidos. Tenemos una violencia tan visible y tan llena de sangre que ocupa los titulares de la prensa. Pero a veces, porque tenemos esa violencia tan visible, se nos olvida mirar las violencias más sutiles que pasan al interior de las casas; violencias que pueden estar hechas de golpes, pero no sólo de ellos. Las violencias a los niños, a las mujeres, que son microviolencias más silenciosas. Entonces, creo que como tenemos esa violencia allá afuera, que examinamos como sociedad, nos ha faltado mirar nuestras violencias más pequeñas, que en última instancia son el origen de la que se encuentra afuera. 

Agradezco mucho tu tiempo. 

A vos, Saúl, muchas gracias.

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Escrito en: Pilar Quintana Los abismos Premio Alfaguara de Novela FIL Coahuila literatura latinoamericana Cali

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