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Las pequeñas cosas

Nunca se me ocurre agradecer la bendición del agua caliente en mi regadera hasta que me falta y maldigo todo el día. El periódico que cada mañana amanece bajo mi puerta es un privilegio que sólo valoro cuando no aparece.

Las pequeñas cosas

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ADELA CELORIO

No esperes grandes eventos, son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia.

No lo supe en su momento, pero hoy me doy cuenta de que pisar un aula para aprender a leer es la primera alegría de la que tengo conciencia. Conocer el mar de la mano de mi abuelo, el primer beso en la oscuridad de un cine, aquel vestido de tul y encaje con el que —cual “princesita de cuento”— desfilé en el baile de las debutantes, inaugurar la vida adulta vestida de novia y el nacimiento decada uno de mis hijos, fueron alegrías excepcionales. Lo que ahora necesito valorar es lo cotidiano.

Doy por hecho los eventos insignificantes, cosas pedestres, como la cafetera que dócilmente prepara café cada mañana hasta que, harta de mi indiferencia, un día cualquiera, sin previo aviso, se amuela y no hay café. Nunca se me ocurre agradecer la bendición del agua caliente en mi regadera hasta que me falta y maldigo todo el día. El periódico que cada mañana amanece bajo mi puerta es un privilegio que sólo valoro cuando no aparece. Ahí está, siempre cumpliendo con su deber, hasta que cierra el pico y mis plantas fallecen de sed… ¡Maldita manguera!

La ayuda diaria de mi fiel empleada doméstica se convierte en un drama cuando “la alegría de la casa” no llega. Estrenar zapatos es un pequeño gusto que solamente concienticé cuando algún demente aseguró que debemos conformarnos con un solo par. Que me llamen las amigas para salir a comer, achisparnos con unos vinos, tontear y compartir con ellas saludables ataques de risa, sólo cobra importancia cuando pasan los días sin que alguien me llame.

Y que nunca me falte el objeto fetiche, que con un clic me transporta a la vorágine: remedios mágicos contra el cáncer, tres consejos esenciales para conseguir un orgasmo de alta gama y hasta doña Luchita, desde la pantalla, me ofrece la mejor receta para hacer tamales.

El teléfono celular al alcance de la mano me empodera. Me entero de que el rey de Inglaterra tiene cáncer, y siento una especie de alegría perversa al ver el tremendo cachetadón que le propinó la esposa al presidente de Francia. Los ricos también lloran.

El teléfono celular provee mi dosis de pequeñas alegrías. WhatsApp, TikTok, Instagram. Total, es gratis, en nada compromete y, como cualquier droga, me da la oportunidad de escapar de la realidad. Ni modo, soy una feliz teléfono– dependiente hasta que el maldito aparato, con sus desapariciones, me provoca severos síntomas de abstinencia.

Ojalá que nunca tenga que añorar por su ausencia a los pájaros que picotean en mi terraza, el trabajo que me compromete, la lista de tareas terminadas. Entre las pequeñas alegrías domésticas que sólo valoro cuando me faltan, está la de ver mi cama bien hecha. Nada de jalar las cobijas, nada de que “ahí se va”, porque, como aconseja William H. McRaven, hacer la cama “es un pequeño gesto que te incita a dar otro y después otro…”. Con una cama despanzurrada comienza el deterioro social. Lo roto, lo feo, se hace costumbre. Platos sucios en el fregadero, el desaseo en los baños, las colillas en los ceniceros, un vidrio roto que no se repone, acaban por deteriorar la apreciación y generan una especie de ceguera moral.

En la alegría de la lluvia que cada verano devuelve a la ciudad su verdor y frescura originales, esta reconoce su identidad lacustre y naufragamos. Indudablemente hay algo de perverso en la naturaleza, que cuando quiere nos deja a secas y a veces nos manda un diluvio.

Pues sí, pero los veraniegos naufragios que padecemos también tienen que ver con el hábito de considerar que la vía pública es lugar de lo permisible. Arrojar la basurilla al arroyo no está mal visto. Son esas pequeñas acciones las que como el “efecto mariposa”, acaban por provocar grandes desastres. Pacientísimo lector, lectora, le confieso que no estoy segura de nada, pero por si acaso, tienda su cama.

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Escrito en: Autora Adela Celorio las pequeñas cosas correo conciencia eventos insignificantes el periódico cada mañana añorar ausencia lo efímero de la vida.

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