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Las mentiras de la guerra

JORGE RAMOS

o primero que se pierde en una guerra es la verdad". Esta es, sin duda, una de las frases que más se usan cada vez que estalla una guerra en el mundo.

Hay muchas variaciones. Algunos ponen primero la palabra "verdad" y otros "guerra". No me atrevo a atribuírsela a nadie porque las fuentes (poco confiables) que tengo mencionan por igual al general chino Sun Tzu en el siglo V y al dramaturgo griego, Esquilo unos 100 años antes, que al senador estadounidense Hiram Warren Johnson al final de la primera guerra mundial en 1918. Intelectuales y los "influencers" utilizan esta frase excesivamente, y está tan revuelta en la internet que ya es imposible saber quién la dijo primero y quién está repitiendo la repetida repetición.

Pero debe ser muy cierta porque cada vez que hay un conflicto bélico, uno se vuelve un ocho tratando de saber quién dice la verdad. Cuando los medios de comunicación tradicionales dominaban el mundo, bastaba con que un gobierno censurara sus principales televisoras, estaciones de radio o periódicos para enviar el mensaje que quisiera a la población; desde "bombardeamos al enemigo y ganamos la guerra" hasta "nunca nos rendiremos y lucharemos incansablemente". Ahora - en este mundo de redes sociales, internet y "tiktokeros" - en que cada habitante del mundo con su celular es potencialmente un medio de comunicación, es mucho más difícil controlar la opinión pública. Los algoritmos, los programas de inteligencia artificial y los expertos en SEO ("search engine optimization" u optimización para motores de búsqueda) que manipulan los sistemas de programación y distribución para favorecer ciertos contenidos son una especie de mano invisible tecnológica que determina lo que se presenta como la verdad.

Así, el concepto de verdad se corrompe y no es necesariamente lo más cercano a la realidad sino lo que tenga más vistas y seguidores en la internet. Y, en una guerra, algunos (¿muchos?) gobernantes caen en la tentación de inventar su propia versión de la verdad y presentan ante los gobernados lo que más les convenga, independientemente de lo que la evidencia, el periodismo y los testigos demuestren.

Esto nos lleva al presente debate sobre los ataques de Estados Unidos a tres instalaciones nucleares dentro de Irán hace unos días. Si escuchamos las frecuentes declaraciones del presidente Donald Trump, esos sitios quedaron "borrados" del mapa. ("Obliterated" es la palabra en inglés que él y sus colaboradores están usando en público.) "Creo que los sitios quedaron borrados totalmente", dijo Trump en la reunión de la OTAN en Holanda. "Creo que [los iraníes] no tuvieron la oportunidad de sacar nada de ahí [antes de los bombardeos] porque actuamos muy rápidamente".

Su secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha insistido en el mismo mensaje. Dijo, en una conferencia de prensa en el Pentágono, que los ataques de bombarderos estadounidenses a las instalaciones iraníes fueron "históricamente exitosos". Y luego atacó a la prensa por difundir un informe de inteligencia, preliminar y secreto, que cuestionaba los resultados de los bombardeos y que sugería que, lejos de destruir totalmente las bases nucleares de Irán, solo retrasarían por algunos meses sus programas de enriquecimiento de uranio y la posibilidad de construir una bomba.

Trump y Hegseth estaban furiosos con esa filtración a la prensa. Y por eso ambos atacaron directamente al mensajero. "Ustedes desean tanto que le vaya mal a Trump", dijo Hegseth a los reporteros, "que están criticando la eficacia de los bombardeos" a Irán. El presidente fue aún más allá. En su cuenta de Truth Social dijo que había un "rumor" de que despedirán de sus trabajos a los reporteros que publicaron el informe que cuestionaba la operación militar de Estados Unidos.

Este es el caso típico en una guerra: El gobierno tiene su propia versión de la verdad, y los reporteros buscan la más cercana a la realidad. Pero las dos no pueden ser ciertas al mismo tiempo. Y esa es la batalla cibernética y de comunicación que lleva días dominando los contenidos en Estados Unidos. El gobierno de Washington quiere empujar por una exitosa versión de los bombardeos que, hasta el momento, es imposible corroborar como cierta. Para que eso ocurra habría que esperar que inspectores internacionales e independientes entraran a Irán y se acercaran a los sitios bombardeados. Eso no va a pasar pronto.

Así, la guerra de los 12 días, como la llamó Trump, tiene tres países que se han declarado ganadores. Israel dijo que logró desnuclearizar el programa atómico de Irán. Estados Unidos aseguró que destruyó las tres principales instalaciones nucleares iraníes. Mientras que el Ayatolá Alí Jamení declaró victoria total en Irán, confirmó que nunca se rendirán y su gobierno presumió de sus contraataques a Israel y a una base militar de Estados Unidos en Qatar. Ahí, en medio de tantas declaraciones triunfalistas, hay muchas mentiras. Pero eso es lo que pasa en todas las guerras.

La guerra, después de todo, es el fracaso del diálogo. La muerte de la palabra. Y sin diálogo, solo queda la fuerza y la mentira.

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