Las tensiones entre Israel e Irán han alimentado un conflicto enraizado en percepciones mutuas de amenaza existencial. Israel teme el potencial nuclear de Irán, mientras que este último considera su proyecto atómico y de misiles como una manera de equilibrar el juego, justo porque Israel posee armas nucleares.
El enfrentamiento se extiende a través de diferentes frentes y, concretamente desde 2017, incluye bombardeos en Siria, ataques navales y cibernéticos, actos de sabotaje y asesinatos, entre otros, cada componente con consecuencias directas e indirectas.
A pesar de esa violencia, en años recientes ambos bandos habían mostrado cierta contención, posiblemente influenciados por consideraciones estratégicas y geopolíticas, así como por la amenaza de una respuesta más amplia que pudiese incendiar la región.
Este panorama cambia, por supuesto, desde el 7 de octubre de 2023. Israel entiende su confrontación con Hamás y la Jihad Islámica como parte de su enfrentamiento mayor con Irán. No sólo porque ese país arma, financia y entrena a esas agrupaciones, sino porque otras milicias aliadas de Teherán participan con fuego desde esa fecha, enfrentando a Israel como parte de todo un sistema multifrontal de guerra con distintos niveles de intensidad.
Esto resultó esencialmente en (a) la decisión de Israel de enfrentar a Hamás, a la Jihad Islámica y a todo el eje de milicias proiraníes con un nivel de fuerza sin precedentes y (b) dos enfrentamientos directos entre Israel e Irán en 2024.
Mediante esas demostraciones de fuerza, Israel consiguió degradar las capacidades no sólo de sus enemigos en Gaza, sino especialmente las de Hezbollah, la milicia libanesa que es una de las mayores aliadas de Irán en la región. Pero esta serie de golpes también terminó por debilitar al régimen de Assad en Siria, otro importante aliado de Teherán. Cuando los rebeldes en ese país lanzan una nueva ofensiva para derrocar al gobierno, Irán, sus Guardias Revolucionarias y las milicias aliadas ya no estaban en posición de defenderlo como sí lo hicieron desde 2011 en adelante. El resultado no sólo implicó una caída adicional de un aliado mayor de Teherán, Assad, sino la pérdida de un espacio estratégico mediante el cual Irán se posicionaba contra Israel y por el cual armaba a su aliada libanesa, Hezbollah.
Sobre el ataque a Teherán, es importante considerar los siguientes factores:
Israel por sí sólo no tiene la capacidad de dañar irreversiblemente el proyecto nuclear iraní. Al menos, ese era el estimado militar hasta antes de este punto. Por tanto, para Jerusalem era necesario involucrar a Estados Unidos en las operaciones, dado que su intervención cambiaría completamente el panorama.
Por tanto, lo primero que estamos viendo por parte de Israel consiste en efectuar daños a las capacidades defensivas de Irán, así como a su canal de mando y comunicaciones, tal y como lo hizo con Hezbollah. Pero hasta este punto desconocemos el monto del daño contra sus instalaciones nucleares.
Estimamos, sin embargo, que, si Israel consigue efectuar vastos bombardeos durante varios días, sin demasiada obstrucción en los cielos iraníes, en esa medida el daño al proyecto nuclear y de misiles iraníes será mayor.
Para evaluarlo mejor, tendremos que estar muy atentos a las represalias que lance Irán contra Israel y a la capacidad de ese país para sostener ataques continuos que duren cuando menos la misma cantidad de tiempo que Israel necesita para conseguir los daños que busca. Por último, también tendremos que evaluar si es que EU termina arrastrado a esta confrontación, a pesar de que ello no era el deseo original de Trump.
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