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Las bases del respaldo

JESÚS SILVA-HERZOG

Los economistas discutirán durante mucho tiempo el significado del reporte reciente del INEGI sobre pobreza y desigualdad. Seguirán debatiendo los méritos y los problemas técnicos del levantamiento que se acaba de difundir. Discutirán, sobre todo, lo que significa hacia adelante, lo que puede mantenerse, lo que necesita corregirse y lo que, seguramente, terminará haciendo crisis. El estudio es también un retrato del sustento material del nuevo régimen.

El nuevo autoritarismo se sostiene en una coalición cívico militar, desmontó los dispositivos de control constitucional, destrozó el sistema competitivo de partidos, se apropió descaradamente del aparato judicial. La política perdió los frenos. Casi no quedan instancias técnicas que levanten un pero a la voluntad del régimen. Nos hemos quedado sin tribunales independientes y los partidos de oposición son incapaces de ofrecer una brújula alternativa. Pero esta nueva estructura de poder no se levanta en el aire. Se asienta en una estrategia económica que sirve también como dispositivo de legitimación. Por lo pronto, resulta evidente que esa estrategia económica ha sido políticamente eficaz.

El proyecto morenista ha ido construyendo su hegemonía devastando instituciones, erigiendo un poder irrebatible y apropiándose de la conversación pública. Talar instituciones, concentrar el poder y adueñarse de los símbolos. Pero esa hegemonía tiene, naturalmente, un anclaje económico. Esas columnas de sustentación se han mostrado con toda claridad en el reporte sobre pobreza y desigualdad. El cambio en la política salarial, las transferencias tan bien publicitadas han puesto más billetes en la cartera de la gente. Pero, a diferencia de otros momentos en la historia mexicana o de otros lugares en donde ha habido una mejora económica objetivamente demostrable pero políticamente irrelevante, ahora hemos visto una eficaz elaboración política que liga el cambio con la implementación de nuevo régimen económico.

El historiador canadiense Quinn Slobodian ha propuesto un nombre sugerente para la estrategia económica del populismo trumpista. Se trata a su juicio de una derivación de la lógica básica de todo populismo, sea de derecha o de izquierda. El populismo combate todo tipo de intermediaciones políticas, buscando la relación inmediata entre el líder y el pueblo. Por eso odia a la burocracia, se brinca al congreso y adora los plebiscitos y las consultas. El populismo también rehúye las mediaciones económicas, sostiene Slobodian, autor de un libro reciente al que tituló Los bastardos de Hayek. Un populista como Trump no se detiene ante la advertencia de expertos o comités. Impone su capricho, obedece su intuición para proyectar la imagen de un poder impredecible. Las transferencias directas que Trump entregó durante la pandemia son, seguramente, el símbolo perfecto de esa estrategia económica. En lugar de que esas transferencias se hicieron por las instituciones tradicionales de seguridad social, era el presidente quien firmaba directamente los cheques. De la Casa Blanca, directamente al bolsillo de los beneficiarios.

Ese el modelo que se ha puesto en práctica desde el 2018 en el país. Una política enfocada a la multiplicación de los ingresos de los trabajadores y al reparto eficiente de apoyos sociales que, al mismo tiempo abandona o destruye las instituciones de seguridad social. Lo decía un alto funcionario del gobierno anterior: dejaremos de gastar en guarderías. Se trata de una burocracia ineficiente y corrupta. El dinero que nos ahorremos se los daremos a los abuelos para que sean ellos quienes cuiden de los niños. El argumento dibuja una nueva idea del Estado, una nueva idea de ciudadanía. Ningún gobierno ha explotado el individualismo posesivo, como lo han hecho los dos últimos.

La cobarde demagogia de la política educativa, la catástrofe de la política de salud son la expresión más clara del desinterés del nuevo régimen en las instituciones esenciales del estado benefactor. Frente a la inmediatez de un cheque, la prestación de servicios de calidad es asunto de una complejidad a la que el populismo es alérgico.

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