Existe un concepto e inglés que no tiene traducción oficial al español: weaponization. Significa "usar como arma algo no concebido originalmente como tal". Se aplica en distintos ámbitos: política, economía, cultura, migración, derecho, comercio, etc. Esa palabra bien podría ayudar a definir el gobierno de Donald Trump. El presidente de Estados Unidos usa como arma prácticamente todo lo que tiene a su alcance para imponer su agenda dentro y fuera del país. Y dicha agenda tiene que ver menos con mantener el dominio estadounidense en el mundo bajo el America First, que con defender los privilegios de una amalgama de élites dentro de la primera potencia: ricos, blancos, cristianos, hombres y heterosexuales. Una oligarquía multinivel. Entre los apoyadores de Trump puede haber personas de clase trabajadora, con tendencias sexuales no convencionales, personas negras o hispanas, no cristianos y mujeres. Pero, al final, la ideología que se reproduce con sus formas particulares del ejercicio del poder, es la ideología de la élite que el presidente representa.
La "armificación" -llamémosle así- es una táctica para conseguir objetivos diversos, ya sea internamente o en el exterior. Y sólo funciona si se cuenta con un elemento de poder que sirva como arma. Trump tiene hoy acceso a varios elementos que puede armificar. El primero de ellos es la propia presidencia, una institución con mucho poder que, bajo su mandato, acumula más poder. Cuenta, además, con un Congreso con mayoría republicana y una Corte Suprema con mayoría conservadora. Como república, estas dos últimas instituciones deberían ser contrapesos de la primera. Pero no está siendo así. Y las instituciones dependientes o vinculadas al Poder Ejecutivo se están convirtiendo en auténticas armas de la agenda trumpista, incluso en el ejercicio de una agresiva extraterritorialidad.
Otra arma que posee es el control de acceso al mercado de mayor valor en el mundo. Ninguna sociedad consume tanto como la estadounidense. Poner condiciones y restringir el acceso a dicho mercado con aranceles, es utilizar el mercado como arma. El predominio -todavía- del dólar como moneda de reserva y de comercio internacional es otro factor de poder que avanza en su armificación, la cual no es reciente. Otros presidentes han recurrido a las sanciones financieras -es decir, a usar el dólar como arma- contra personas, empresas y/o países.
El poderío militar es otro factor con el que cuenta Trump. Pero merece un tratamiento distinto. El ejército estadounidense es un arma en sí misma, una muy poderosa. Aquí no aplica la idea de la armificación. El asunto es que desde mediados del siglo XX y hasta ya entrado el siglo XXI ese poder militar fue usado para atacar o amenazar a los enemigos de Estados Unidos y del orden mundial liberal. Hoy vemos un cambio. La carta de la amenaza militar, ya sea para cumplirla o retirarla según convenga, Trump la utiliza incluso con aquellos países considerados aliados y socios históricos. Amaga con dejar a Europa sin protección militar frente a Rusia, lo mismo que sugiere hacerse de Groenlandia por la fuerza, anexionarse Canadá o intervenir directamente en México para "combatir al narco". Si alguna vez Estados Unidos tuvo amigos y aliados, hoy sólo tiene intereses, que son los intereses de la oligarquía que gobierna.
Una presidencia más fuerte, con un Congreso y una Corte afines. Un mercado que se reserva el derecho de admisión a conveniencia. Un dólar que domina el sistema financiero internacional para sancionar. Un ejército que posee el presupuesto de defensa más grande del orbe. Son las armas de Donald Trump. Pero, ¿para conseguir qué?
En otros artículos he hablado de las tres doctrinas que rigen la presidencia del neoyorquino avecindado en Florida. La doctrina Vought se basa en la Teoría del Ejecutivo Unitario para justificar dar todo el poder al presidente dentro del Ejecutivo, sin contrapesos ni controles. Bajo esta doctrina Trump emite órdenes ejecutivas sobre comercio, seguridad y migración. Órdenes que contradicen garantías constitucionales y acuerdos internacionales signados por Washington, y que pueden ser impugnadas en los juzgados. Pero la Corte Suprema acaba de limitar las facultades de los jueces para emitir fallos contrarios a las decisiones de Trump. Un poder casi imperial al presidente. Dentro de la doctrina Vought avanzan medidas como las redadas contra inmigrantes, la militarización de la frontera, la extraterritorialidad de leyes securitarias y financieras, la anulación de políticas de género, la desaparición de agencias autónomas y los despidos masivos en el gobierno federal.
La doctrina Rubio se fundamenta en la idea del dominio sin hegemonía. Es decir, imponer de forma burda la agenda de la élite estadounidense en el mundo sin cuidar las formas del sistema internacional basado en reglas que, por cierto, fue creado por los propios Estados Unidos para sustentar su hegemonía. El poder hegemónico exige ciertos compromisos con el sistema creado. Dichos compromisos hoy son desechados por Donald Trump. Es el ejercicio de un dominio en el que no sólo las formas ya no se cuidan, sino que incluso se descuidan abierta y deliberadamente para privilegiar un solo compromiso: el que tiene el presidente con la oligarquía que lo soporta. La lógica para todos los países, sean socios y aliados o no: "esto es lo que van a hacer, les guste o no". Bajo esta óptica hay que leer la imposición de la subida del gasto de defensa al 5 % del PIB de cada país dentro de la OTAN.
La doctrina Miran plantea la disrupción del orden económico global a través de la aplicación de aranceles, la depreciación controlada del dólar y la reconfiguración de la deuda estadounidense. Esta doctrina y sus efectos aún se está estudiando, pero valga decir por lo pronto que los objetivos son revertir el flujo centrífugo de capitales estadounidenses, amortiguar el déficit fiscal, refinanciar la deuda obligando a los acreedores extranjeros a asumir plazos más largos y rendimientos menores. Y todo para poder transferir más dinero a las clases altas a través de la reducción de los compromisos sociales e internacionales y la rebaja de impuestos al decil más alto de la pirámide socioeconómica.
La armificación, pues, sirve a los fines descritos. Lo que busca Trump es trasladar la carga del imperio a los contribuyentes externos; aumentar la riqueza de la élite, empezando por él, y recolocar a la población inmigrante no blanca en el escalón más bajo de la sociedad, susceptible de aceptar peores condiciones laborales. Porque no nos engañemos: el presidente de Estados Unidos no quiere deportar a todos los inmigrantes ilegales, además de que no puede, sino aumentarles la factura por su estancia. De la misma manera que más que combatir al narco en México, lo que busca es obligar a este país a alinear sus leyes e instituciones con las suyas para ejercer un mayor control extraterritorial.
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