El expresidente Andrés Manuel López Obrador se ha caracterizado por hacer a un lado todo aquello que ensombrece, obstaculiza o contradice sus ideales. Durante años su antídoto fue infalible: tras una derrota o infamia reaccionaba con una nueva gira al México profundo para reconciliarse con la certeza de que, sin importar desengaños o contratiempos, lo más importante era hacer algo para remediar la pobreza y la injusticia. Era la premisa que subordinaba cualquier malestar, el motor para continuar la lucha sin importar desencantos y frustraciones.
Me pregunto cómo estará de ánimo ahora que se ha "exiliado" en su rancho de Palenque, poco menos que a lodo y canto por disciplina y convicción política, y carece de esa posibilidad de recargar baterías recorriendo plazas y mercados, como lo hizo durante 35 años. Particularmente ahora que han surgido escándalos entre su círculo personal.
Cómo afrontar que su propia familia esté protagonizando situaciones que traicionan los valores que sostiene el movimiento que él fundó. No es que exista un delito, ni mucho menos, en los actos de sus hijos o de su esposa. Se trata simplemente de que no han estado a la altura de la responsabilidad política e histórica que les tocó vivir. Una situación que debe ser dolorosa para alguien que tanto insistió en predicar con el ejemplo.
Es decepcionante, sí, que Beatriz Gutiérrez Muller haya emprendido el mismo camino seguido por Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y solicitado residencia para vivir en Madrid y obtener la ciudadanía. Particularmente porque ella fue la más dura del círculo presidencial en contra de España, cuando se exigieron disculpas de parte de la Corona y se pusieron en pausa las relaciones con este país. Los símbolos son importantes, desde luego, pero también es cierto que hubo un costo, tratándose de un socio comercial importante y un potencial aliado toda vez que había obvias identidades con un gobierno socialista, aun con todos sus matices europeos. No entraré en la discusión sobre la conveniencia o no de esta exigencia del perdón, porque merecería un texto aparte, pero un mínimo de congruencia obligaría a abstenerse, apenas seis meses de haber dejado Palacio Nacional, de esa urgencia de convertirse en vasalla de la corona pidiendo la ciudadanía española. López Obrador ha sido respetuoso de la decisión, pero no debe ser cómodo asumir que esposa e hijo hayan preferido dejar atrás a su querido México y convertirse en súbditos del otrora colonizador al que tanto se criticó.
Algo similar pasa con Andrés López Beltrán, Andy, el único de sus hijos que ha preferido dedicarse a la política. Y si bien se le atribuyen cualidades para el trabajo de organización y una larga experiencia, no parece haber heredado la sustancia política que hizo tan singular a su padre. No hay un universo paralelo en el cual pueda imaginarse a López Obrador saliendo de una tienda Prada, ni siquiera por curiosidad antropológica. Y no se trata de un simple descuido, sino de algo mucho más revelador, sea o no cierto que una persona le acompañaba cargando las compras realizadas. El mero deseo de entrar en ella muestra que no entendió nada. Lo exhibe en su carta de justificación: no es cierto que la habitación costara 12 mil o 15 mil pesos como se decía en las notas periodísticas, el precio solo era de 7, 500 pesos por noche, afirma el joven. No parece darse cuenta de que es casi el salario mínimo mensual que perciben millones de trabajadores, particularmente en el sector informal, un sector social que representa Morena. Su defensa, la necesidad de un merecido descanso luego de un trabajo extenuante, es una confesión involuntaria de la ausencia de convicciones obradoristas. Como si dijese "estoy de vacaciones, no tengo que representar los ideales del movimiento, puedo ser yo mismo".
Andy es responsable de la organización de Morena, el puesto número dos del movimiento obradorista, no tanto por méritos propios (que los tiene, pero no a tal grado comparado con otros cuadros), como por el hecho de llevar ese apellido. Las circunstancias han dejado en claro que no es en la familia del fundador donde el movimiento encontrará el repositorio de sus valores éticos o ideológicos. En algún momento el joven encontrará la posición que acomode a sus atributos y a su verdadera vocación, pero es evidente que se hará un favor a sí mismo y a su partido si deja a otros la cabina de mando de este enorme proyecto.
Por más que nadie está exento de la subjetividad que entraña el amor de padre, López Obrador habrá constatado que no es en la familia en donde reside la continuación de su legado. Los hijos de sangre no se eligen, pero los herederos políticos sí. Y en ese sentido el verdadero consuelo a estos escándalos consiste en comprobar el acierto de entregar el bastón de mando a Claudia Sheinbaum. Mientras que el resto de los cuadros y líderes se ha desdibujado, la sucesora política de López Obrador confirma día a día el tino, la congruencia y la capacidad para construir el segundo piso de la 4T. A juzgar por las encuestas, la presidenta ha resultado mejor aún de lo que la mayoría se había imaginado. Esa tendría que ser la mayor satisfacción del fundador.
Hace unos días escribí un texto en el que señalaba que, pese a los hechos y dichos controversiales, los errores o incongruencias durante su sexenio, López Obrador cumplió con su promesa fundamental y razón de ser del movimiento: primero los pobres. Los datos han confirmado la disminución de la desigualdad y la miseria. Un milagro en un país como el nuestro. Esa tendrá que ser la fuente de orgullo personal, la satisfacción por el trabajo realizado, la justificación de una vida de lucha social. Eso, y la tranquilidad de saber que dejó el poder en las mejores manos posibles, aunque esas no lleven su apellido, pero sí lo que verdaderamente importa, sus convicciones.