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La soberbia autoritaria

JESÚS SILVA-HERZOG

on la comisión que ha nombrado, la presidenta envía un mensaje tan claro como esperado. No busca ningún consenso. Inexperiencia, sectarismo y arrogancia son la marca de la mesa. Ningún conocedor del campo electoral, nadie con capacidad o disposición de diálogo. Una junta de incondicionales cuya tarea es hacer el traje electoral a la medida de Morena. No sorprende la formación de este cuerpo sectario. El nuevo régimen no estará completo si no se apropia definitivamente del dispositivo electoral. En el bosquejo de la consolidación autoritaria está la captura irreversible del árbitro, la asfixia económica de los partidos, la conversión del congreso en rodillo de la nueva hegemonía. De cada uno de estos propósitos tenemos avisos muy claros.

La presidenta no convoca al diálogo. Se trata del primer esfuerzo de reforma electoral que no tiene como propósito generar un acuerdo amplio entre quienes gobiernan y quienes quieren gobernar. La mayoría de hoy se presenta como mayoría irrevocable. Sheinbaum no convoca al diálogo porque no le interesa la opinión del otro. Invita a la expresión de los opositores y de los críticos, como si hubiera que agradecerle el permiso abrir la boca. Habrá micrófonos para el desahogo de opositores, exfuncionarios electorales, críticos y expertos. Sepan desde ahora que no nos interesa en lo más mínimo lo que puedan decir. Nosotros haremos la reforma con los nuestros y para los nuestros. Recuerden que ustedes no son nada.

Nadie ha advertido creatividad en el discurso presidencial. Lo que encontramos en su palabra es una rutinaria repetición de lemas heredados. Para justificar una reforma tan regresiva como la que se prefigura, dos cantaletas del tutor: las elecciones son caras y los plurinominales no representan a nadie. Primero está la idea del derroche, después la oferta de deshacerse del personaje detestado. El manual retórico del desmantelamiento institucional es así de sencillo. Pablo Gómez no pierde el tiempo con argumentos. La política no es asunto de razones sino de poder. Haremos la reforma porque tenemos los votos y punto. Ejerceremos nuestra fuerza. Eso ha dicho la cabeza de la comisión para la reforma electoral: el cambio en las instituciones, en los procesos, en los criterios para configurar las legislaturas es consecuencia de nuestra fuerza. Por Gómez habla Sheinbaum.

No existe iniciativa todavía. En la mira del régimen están esas instituciones que conservan el esqueleto de la autonomía (aunque hayan perdido el músculo); el financiamiento a los partidos y la representación proporcional. En esto vale la pena detenerse un momento. La propuesta de López Obrador fue eliminarla. Deshacerse simplemente de los legisladores de representación proporcional. De haber sido aprobada esa iniciativa el Congreso habría perdido toda presencia opositora. Ahora parece que la estrategia de apropiación es más sutil pero igualmente perversa. Desde hace unas semanas se escucha a la presidenta concentrar su crítica en las "listas de representación proporcional." Con ello se refiere al paquete de candidatos postulados por cada partido político. Las listas se han convertido en un seguro para los dirigentes de los partidos. Sea cual sea el resultado electoral, los jerarcas están a salvo. Por eso irrita tanto que, después de las últimas elecciones federales, Marko Cortés o Alejandro Moreno reciban inmunidad por la vía proporcional. Pero lo que puede proponer la presidenta puede ser una obra de compleja ingeniería autoritaria. Cuidar la representación proporcional a través del mecanismo conocido como Lista B. Que accedan al congreso candidatos que hayan quedado en segundo lugar en sus distritos. La propuesta suena bien: llegarían a las cámaras quienes demostraran respaldos y capacidad electoral, no quienes controlan el aparato. Pero, ¿qué hizo la coalición oficialista en el Senado para aumentar su poder en la elección del 24? Maquinó con todo cuidado las candidaturas, aparentó divisiones para estimular que la primera minoría cayera en alguno de los partidos satélites. Ese puede ser el dulce para obtener el respaldo de los satélites. Desde luego, habrá que esperar los detalles de la propuesta.

En el autoritarismo de Sheinbaum hay una astucia que no existía en la simpleza y la impulsividad de López Obrador.

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