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La obsesión religiosa es un fenómeno que surge cuando las creencias y prácticas asociadas a una religión generan angustia, conflicto interno y daño psicológico. En el contexto familiar, la imposición rígida de doctrinas puede afectar el desarrollo de los hijos, limitando su autonomía y bienestar emocional. Exploremos cómo las dinámicas restrictivas y coercitivas dentro de familias profundamente creyentes pueden generar traumas duraderos.
El trauma religioso se define como el daño psicológico derivado de experiencias dentro de algún culto, a menudo vinculado con mandatos inflexibles, abuso de poder y desilusión institucional. Se manifiesta a través de síntomas como ansiedad, culpa excesiva, miedo al castigo divino y dificultades para tomar decisiones autónomas, lo que, en última instancia, afecta la construcción de una identidad propia.
Las familias con creencias estrictas suelen imponer normas que limitan la libertad individual de sus miembros. Algunas formas de coerción incluyen: control sobre el pensamiento y la expresión, donde se desalienta el cuestionamiento de dogmas y se promueve la obediencia absoluta; castigos físicos o emocionales en los que la disciplina está basada en la culpa y el temor a Dios, afectando la autoestima de los hijos o de cualquiera de los familiares; así como el aislamiento social, de manera que se restringe el contacto con personas ajenas a la comunidad religiosa, limitando la diversidad de experiencias y perspectivas de vida e impidiendo un desenvolvimiento social adecuado.
Estas prácticas inevitablemente generarán impactos negativos, especialmente en el desarrollo infantil, tanto social como emocional.
COMORBILIDADES
Existe evidencia que vincula a este tipo de entornos como antecedentes de diversos padecimientos psicológicos, ya que sus efectos pueden provocar o agravar condiciones preexistentes. A continuación, enlistaremos algunos de estos:
Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Los síntomas se dan especialmente en personas que han vivido abusos espirituales o castigos severos. Estos pueden incluir flashbacks de eventos traumáticos relacionados con la religión, hipervigilancia ante figuras de autoridad en este ámbito y la evitación de lugares de culto o ceremonias debido a la angustia que les generan.
Trastornos de ansiedad. El miedo al castigo divino, la culpa excesiva y la presión por cumplir normas estrictas contribuyen al desarrollo de esta clase de padecimientos, como el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), el cual se presenta como una preocupación constante en torno a la moralidad.
Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). La persona afectada recrea repetidamente rituales religiosos compulsivos para evitar la condena por parte de un ser divino.
Depresión. Quienes han experimentado trauma religioso pueden desarrollar síntomas depresivos debido a los sentimientos de desesperanza surgidos al cuestionar sus creencias. Poner en tela de juicio ciertos dogmas suele ocasionar que la persona sea rechazada por su comunidad, lo que deriva en aislamiento social e incluso en una sensación de pérdida de identidad tras haber abandonado una fe impuesta.
Trastornos disociativos. En casos extremos, el individuo se desconecta de su identidad o de sus recuerdos para lidiar con el sufrimiento. Esto puede manifestarse como despersonalización (sentirse ajeno a uno mismo) o como una amnesia disociativa en la que se bloquean los recuerdos traumáticos.
Trastornos de la alimentación. En algunas religiones, la relación con el cuerpo y la alimentación está influenciada por reglas estrictas. Esto puede contribuir al desarrollo de anorexia nerviosa, cuando el autocontrol extremo se vincula con la pureza espiritual, o al trastorno por atracones como mecanismo de afrontamiento ante la culpa.
Ideación suicida. Aparece especialmente en aquellos que han sido rechazados por su comunidad o que sienten que han fallado en el cumplimiento de expectativas religiosas imposibles. Por otra parte, en ciertos grupos de carácter sectario, quitarse la vida se vende como una posible salvación. Es el caso de Heaven’s Gate, un culto cuyos integrantes estaban convencidos de que podrían alcanzar la inmortalidad al rechazar su naturaleza humana, lo que los llevó a realizar suicidios masivos en la década de los noventa.
HACER CONSCIENCIA
Cuando la religión se impone de manera coercitiva y restrictiva en el ámbito familiar, puede traer consecuencias significativas en el desarrollo psicológico de los hijos. La internalización de creencias basadas en el miedo, la culpa y la obediencia absoluta no sólo limita el pensamiento crítico y la autonomía personal, sino que también predispone a otros padecimientos como los ya mencionados.
Es fundamental reconocer que la espiritualidad, cuando se experimenta de manera saludable, ofrece un sentido de pertenencia, propósito y comunidad. Sin embargo, cuando se convierte en un mecanismo de control severo dentro de la familia, el daño puede ser duradero, afectando la seguridad emocional y la capacidad de toma de decisiones de todos sus miembros.
La recuperación del trauma religioso requiere un enfoque integral, que permita a la persona explorar nuevas perspectivas y reconstruir su identidad fuera de las doctrinas impuestas. Este proceso, por supuesto, requiere de apoyo profesional y por parte de sus allegados.
La educación y la conciencia sobre los efectos del trauma religioso son claves para fomentar entornos familiares donde la espiritualidad sea una elección personal y no una imposición. Al promover el pensamiento crítico y la libertad de exploración, es posible prevenir situaciones traumáticas y generar espacios en los que la religión se viva sin miedo, como una fuente de bienestar auténtico.
En última instancia, el objetivo es que las personas encuentren su propio camino espiritual, sin que su desarrollo emocional y psicológico se vea comprometido.