Las reformas institucionales al sistema político solían ser cambios para resolver conflictos a través de consensos entre el gobierno y las oposiciones. Así se hicieron los acuerdos durante una larga transición democrática que el nuevo régimen morenista quiere modificar en solitario. El ciclo que se cierra queda en el pasado y el péndulo de la historia se mueve hacia el imaginario de un futuro prometedor: la 4T. Sin dejar de lado las críticas necesarias a la transición, es necesario que la moda de ver a la transición como un fracaso, la ignorancia y los intereses no impidan hacer una revisión crítica de dónde estamos ubicados y hacia dónde parece que nos dirigimos.
La transición democrática fue un cambio de régimen lleno de contradicciones; fue una ruta complicada para desmontar un viejo régimen de partido hegemónico, que luego se volvió dominante hasta llegar a un sistema plural y competitivo. En este recorrido hubo avances, como la división de poderes, los espacios autónomos, la lucha por derechos y libertades. Al mismo tiempo, hubo múltiples retrocesos, cálculos de poder para garantizar la dominación, traiciones de la clase política a los pactos. No hubo una ruta despejada y tersa, sino luchas constantes en contra de la adversidad. Desmontar un régimen hegemónico no fue fácil.
Entre las dinámicas de avances y retrocesos se lograron resultados y, por supuesto, quedaron muchos pendientes. Sin duda, la transición quedó a deber: compromisos sustantivos con el bienestar social y la redistribución de la riqueza; una mejor procuración e impartición de justicia; un combate decidido en contra de la impunidad y la corrupción; una estrategia profesional para garantizar la seguridad y bajar los altos niveles de violencia. La enorme pregunta que hoy se abre es si el régimen de la autollamada 4T será una mejor vía para enfrentar y combatir estos grandes problemas nacionales, que el ciclo de la transición democrática dejó sin resolver. Por lo pronto, parece que no.
El ciclo que se abre a partir de 2018 ha llevado a un ajuste institucional que está todavía en marcha. El nuevo partido hegemónico ha impuesto -desde 2024- las nuevas reglas del juego para el ejercicio del poder. Si la transición derivó en una partidocracia, como un arreglo (alianza) entre los partidos gobernantes para cuidar sus intereses antes que los de la ciudadanía, la 4T ha desmontado los contrapesos, y ha cerrado los espacios autónomos para centralizar el poder, lo cual huele muy mal. La reforma político-electoral que viene se anuncia como un cambio hacia un sistema poco plural y con una competitividad muy disminuida.
La narrativa de la transformación, que se ha vuelto hegemónica, tiene apoyo popular porque logró conectar con una necesidad importante: si antes se consideraba que la clase política defendía sus propios intereses a la hora de gobernar y de legislar, ahora se considera que sí hay una representación popular. Por esa razón el actual gobierno quiere cambiar las reglas de la competencia política completamente a su favor y sin ningún consenso.
Legislar con mayoría constitucional "autoriza" a ignorar a la oposición porque no se necesitan sus votos, como lo vimos durante el pasado periodo extraordinario. Sin embargo, cambiar las reglas de la competencia por el poder sin incluir una representación plural llevará a tener una reforma completamente favorable al partido gobernante. Los organismos están tomados, el Tribunal Electoral completamente al servicio del gobierno y el INE medio capturado como se vio ahora con la elección judicial. Hay pocas expectativas para que la reforma que viene pueda garantizar una competencia electoral equitativa. Quizá hemos regresado a los años 80.
Habrá que poner mucha atención con algunas líneas rojas que no se deberían cruzar: como debilitar la representación de las minorías; asfixiar la pluralidad; desaparecer estructuras profesionales y garantías al voto libre; reducir las posibilidades de la equidad y la competencia, entre otras modificaciones. La reforma que viene se hará en el contexto de un nuevo partido hegemónico, con oposiciones partidistas muy debilitadas y un gobierno con apoyo popular. Hay de nuevo un nuevo sistema de partido hegemónico. Seguiremos…